Cine de autor | “Extraños en el paraíso” de Jim Jarmusch

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Jim Jarmusch (Ohio, 1953) es uno de los directores más celebrados del cine independiente norteamericano forjado a partir de los años 80. Fue en el año que daba inicio a la década cuando Jarmusch facturó su primer largometraje, Permanent Vacation. En esa cinta se exponen varios elementos que configuran la primera etapa artística del cineasta norteamericano. Allie, su protagonista, es un joven que vagabundea por las calles de Nueva York. Sin rumbo fijo, sin objetivos claros, sin ilusiones, se dedica a vivir la ciudad tropezando con algunos personajes de los bajos fondos neoyorquinos.

Con un estilo seco, un guión un tanto deshilvanado y una narración vanguardista alejada de los postulados clásicos, Jarmusch ofrece una cinta irregular que funciona más bien como testimonio inicial de su cine. Poco después pone las bases de Extraños en el paraíso con un mediometraje. En 1984 rueda la continuación con dos episodios más. Stranger than the Paradise ya es una realidad.

Extraños en el paraíso está formada por tres episodios: El nuevo mundo, un año más tarde y el paraíso. La historia comienza con el aterrizaje en Nueva York de Eva, una inmigrante húngara que acude a Estados Unidos con la intención de huir del complejo ambiente que envuelve los últimos años de los países orientales que se encuentran bajo el control soviético. Eva visita el pequeño piso de Willie y pasa allí sus primeros días. En el segundo episodio, Willie y su amigo Eddie visitan a Eva en Cleveland. El tercer episodio lo ocupa el viaje de los tres amigos a Florida.

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De esta forma, la película es una suerte de road-movie que recorre varios enclaves de la geografía norteamericana: de la capital del mundo que conocemos casi exclusivamente a través de la ratonera en la que vive Willie, vamos a la fría e industrial Cleveland. Y de ahí al paraíso soleado de Florida. Pero el destino vacacional predilecto de los estadounidenses parece más bien un desierto árido. Los tres amigos se equivocan de fecha…

Extraños en el paraíso fluye lentamente, casi se arrastra, como sus personajes. No parecen tener sueños, y si los tienen, permanecen ocultos tras una losa de resignación. Esto no es el paraíso que Eva esperaba encontrar. Tal vez lo más interesante de esta cinta a nivel narrativo sea el dibujo de los tres personajes principales. Son ambiguos, herméticos, casi indolentes. No muestran apenas emociones. Viven, o malviven, se dejan llevar, miran sin ver. Gracias a la distancia con la que están retratados nos resultan misteriosos, incluso antipáticos. Pero, por encima de todo, son personajes verosímiles.

Jarmush hace un retrato de la juventud estadounidense de los complejos años 80, década marcada por el creciente desempleo y la pérdida de ilusiones. Pero además, Jarmusch ofrece una visión sobre el inmigrante que llega a Estados Unidos en busca de una vida mejor. La oposición entre el personaje de Eva y el de Willie muestra dos maneras de interpretar la realidad. Willie lleva varios años en Estados Unidos y no quiere saber nada de su pasado. Pero la llegada de Eva revuelve su interior. El brillante final de la cinta arroja luz sobre el sentido de la historia. El avión despega. Uno de sus pasajeros vuelve a casa mientras su amigo observa apoyado en el coche.

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A nivel formal, Extraños en el paraíso tiene ciertos paralelismos con la Nouvelle Vague. Una narración discontinua que evita la secuenciación de planos habitual del cine clásico y que contribuye a alejarnos de la narración. Jarmusch pretende que el espectador sea un extraño más que  frunza el ceño ante situaciones aparentemente intrascendentes. Pero así es la vida la mayor parte del tiempo. Tom DiCillo se encargó de la fotografía en blanco y negro. DiCillo se convirtió posteriormente en otro cineasta célebre de la industria independiente estadounidense.

Extraños en el paraíso cautivó en Europa, recibiendo el premio Cámara de Oro en Cannes. 30 años más tarde, la segunda película de Jim Jarmusch sigue manteniendo su encanto y singularidad. Extraños en el paraíso atrapa en 90 minutos un retazo de vida, a veces intrascendente, sucia o desoladora. Pero que siempre deja una puerta abierta, en este caso, la del embarque a un avión…