Cine de autor | “Mulholland Drive”, de David Lynch

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Mulholland Drive  marca el punto culminante de la carrera cinematográfica de David Lynch (1946, Montana). ¿Su mejor película? El director estadounidense fue una bendición para el cine de finales de siglo XX. Un rarito surgido de ninguna parte que acabó conquistando Hollywood. O casi. Porque Lynch siempre ha tenido un pie aquí y otro allá. Y en los últimos años parece definitivamente instalado en el más allá, alejado de la industria de Hollywood y centrado en sus cortometrajes y documentales haciendo sus pinitos como músico, pintando (otra de sus grandes pasiones) y diseñando bares de lujo en París…

Después de su megaproyecto Inland Empire, Lynch debió decir: “Hasta aquí”. Fue el largo y hermético testamento de un director único. Muchos años antes, una llamada de teléfono había cambiado su vida. Hasta principios de los 70 solo había facturado algunos cortometrajes mientras se dedicaba a pintar. Una beca del American Film Institute le enseñó el camino. Dedicaría varios años de su vida a rodar Cabeza Borradora, uno de los monumentos cinematográficos más impactantes de la década. Lynch ya era cineasta.

Aquella peculiar y fascinante película no fue muy bien recibida. Pero el productor Mel Brooks se fijó en ella y no dudó en ofrecerle El Hombre Elefante. Más tarde fue Dino de Laurentis el que acogió al joven Lynch que inició el rodaje de Dune. Fue el gran fracaso comercial de David Lynch. Pero en 1986, el director de Montana estrenó Terciopelo Azul, una obra que marcaría su discurso hasta el final de su carrera.

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15 años después, y tras presentar la fantástica Carretera Perdida, Lynch se embarcó en un proyecto ambicioso de gran presupuesto. Era Mulholland Drive. Una aspirante a actriz llega a Hollywood dispuesta a triunfar. Se aloja en el apartamento de su tía que debe ausentarse para acudir a un rodaje. Allí se tropieza con Rita, una desmemoriada Laura Elena Harring con la que establecerá una estrecha relación. La película avanza con un desarrollo sorprendentemente normal, para ser Lynch… No falta el sentido del humor, los personajes estrafalarios, la música de Badalamenti, el enano, etc. Pero una caja azul, un club nocturno y una cafetería marcan la ruptura en la historia. Todo cambia.

Los entramados narrativos se mezclan obligando al espectador a empezar a atar cabos. Y mientras atamos uno, descubrimos otro. Así es David Lynch. Mulholland Drive requiere un cierto esfuerzo por parte del espectador, lo cual multiplica la satisfacción final. Pero no pretendamos construir una historia lineal en nuestro cerebro. Las películas de este director se sienten. También hay que dejarse llevar. Lynch tiene una idea muy clara de sus películas, pero el espectador debe construir su propia historia a partir de lo visionado en la pantalla. Así, de hecho, lo plantea el propio Lynch, que siempre se niega a dar su ‘versión de los hechos’…

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Mulholland Drive habla sobre sueños rotos, envidias, amor, muerte… Todo ello ofreciendo una imagen siniestra de los entresijos de Hollywood, en el que los grandes magnates toman las decisiones y los directores son solo una pieza más del mecanismo voraz de la industria del cine. A todo ello se unen los habituales elementos oníricos, extraídos la mayor parte de las veces de los propios sueños de Lynch. A pesar de su complejidad, a pesar de cowboys, enanos y la fusión de entramados narrativos, Mulholland Drive es la cinta más accesible del director de Montana, (dejando al margen la maravillosa Una historia verdadera). Condujo a Naomi Watts al estrellato y supuso la nominación de Lynch a mejor director en los Oscar.

Mulholland Drive entretiene, asusta, sugiere y fascina. Es de esas películas que no envejecen y a las que podemos acudir cada cierto tiempo. Como Carretera Perdida, Cabeza Borradora o Twin Peaks. Como toda la producción de un director inimitable.