Crítica | “Borgman”

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¿Quién (o qué) es Borgman? Es la pregunta que nos estaremos haciendo durante las dos horas que dura la película de Alex van Warmerdam. Si cuando termine la cinta nos lo seguimos preguntando, será buena señal. El problema surgirá si en el momento de levantarnos de la butaca, nos olvidamos del tal Borgman y su troupe circense.  A buen seguro que esta película despertará sensaciones opuestas. Y tal vez es lo que busque.

Borgman empieza fuerte. Unos peculiares personajes que viven bajo tierra, pero trajeados y con móvil, son amenazados por el cura del pueblo, un cazador y un joven con malas pulgas. El barbudo y sus colegas ponen pies en polvorosa. Tras un primer intento frustrado, Borgman consigue su primer objetivo: un baño.

Los referentes de esta película ya han sido citados en decenas de críticas. Pero es que cada poro de Borgman exuda hanekismo, con un poco de Lanthimos y otra pizca de Teorema de Pasolini. Es así, solo hay que verla. ¿Es bueno o malo ofrecer unos referentes tan claros? Desde mi punto de vista no es un buen punto de partida, ni siquiera en el caso de que sea tu primera película. Y Alex van Warmerdam ya tiene una gran trayectoria a sus espaldas.

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Si la introducción de la película es original y esperanzadora, a partir de que Borgman comienza su proceso de conquista en la mansión de la parejita rancia, el entusiasmo decae y solo nos animamos con algunas puñaladas de humor negro y con la esperanza de que Hadewych Minis se suelte un poco…

Van Warmerdam nos cuenta en esta película la misma historia que ya hemos visto unas cuántas veces y sin preocuparse demasiado de ofrecer una visión o una estética original. “Somos de Occidente, estamos acostumbrados a la opulencia”, dice el marido de Minis en un momento de la película. Al margen de que este personaje quizás este mal planteado (demasiado imbécil, demasiado plano), nos ofrece con esa frase una de las claves de la película.

Por mucho dinero y poder que tengamos, por muy grande que sea nuestra casa, por muy alejada que esté nuestra urbanización de los pobres y la fealdad,  siempre estaremos amenazados. Aunque nos construyamos un mundo perfecto, el terror se mantiene latente, esperando su oportunidad. Puede resurgir con un atentado suicida, una falsa epidemia de gripe aviar, o con un vagabundo que pica en tu puerta. Los poderosos tienen miedo, porque tienen mucho que perder. Por eso se alejan lo más posible, espacial y psicológicamente de la otra realidad. La de los Borgman. No quieren (o queremos) saber nada de lo que pasa allí afuera. Estamos demasiado ocupados eligiendo pomos para las puertas de nuestra segunda residencia o diseñando una revolución… para nuestro jardín.

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Mientras el marido vive pendiente de su jefe, la mujer se dedica a la pintura abstracta y a vagabundear por su casa. Ella lo tiene todo para recibir a Borgman, para ser más receptiva a sus encantos.  En la realidad y en los sueños. Borgman es también un íncubo que contamina de sueños perversos a su víctima. Como en el amenazador cuadro de Füssli, el barbudo envenena a la mujer. Luego, se afeita, y se pone a jugar con el jardín. La suerte (de Marina) está echada.

La parte final de la película de Van Warmerdam (que se reserva uno de los papeles) no pilla muy de sorpresa al espectador. No cabía otro desenlace. A jugar a otra parte, pero ahora somos más. Nosotros, como espectadores, estamos un poco cansados de este juego (cinematográfico), porque ya lo hemos practicado unas cuantas veces, casi con las mismas reglas, el mismo tablero y las mismas figuras.

Lo Mejor: Empieza fuerte. El humor.

Lo Peor: Si nos dicen que es una cara B de Haneke, nos lo creemos. No hay destape de  Hadewych Minis.

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