Crítica | “Dallas Buyers Club”

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No nos andamos por las ramas. Lo mejor de Dallas Buyers Club es el papel de Matthew McConaughey. Su presencia eleva la categoría de una película que, en su desarrollo, no pasa de convencional. Sí, está basada en una historia real, pero eso no es óbice para caer en el efectismo y la estructura narrativa rutinaria de biopic. Favorita para los Oscars 2014 en la categoría de mejor actor y mejor secundario (Jared Leto), Dallas Buyers Club es una cinta agradable, pero decepcionante en su resultado final.

Ron Woodroof es un electricista, bebedor, putero y aficionado al rodeo. Un tejano de pelo en pecho. Un desmayo trabajando le conduce al hospital. Allí descubre que tiene SIDA. Estamos a mediados de los 80 y esta enfermedad es una cosa de chupavergas. Un heterosexual no puede tenerla. Y menos Ron. Decide celebrar el diagnóstico con putas, bourbon y cocaína. No tardará en aceptar que la cosa va en serio. Y buscará ayuda. En Dallas, México o Japón…

El primer tercio de Dallas Buyers Club es muy superior al resto del metraje. Asistimos al descenso al infierno de la enfermedad de Ron. Se calza las gafas y acude a la biblioteca. El SIDA empieza a aterrorizar al mundo. Los gays ya no son los únicos afectados. La población “normal” se asusta. La industria farmacéutica y las autoridades de control sanitario toman posiciones. El SIDA es un problema. Y una oportunidad. Según como se mire.

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Ron, delgado y demacrado, ya en las últimas, vaga por las trastiendas de los hospitales comprando o mendigando medicamentos que aun no han sido suficientemente testados. Durante esta parte de la historia es cuando mejor comprendemos la soledad y angustia del enfermo terminal. Porque tener SIDA y tener cáncer, por ejemplo, no es lo mismo. Sí, con ambas tienes muchas papeletas para morir. Pero con la primera, además, eres contagioso. Das asco.

Y del electricista que conduce a México en busca de una solución pasamos, de la noche a la mañana, al líder de un gran negocio de trapicheo de medicamentos para enfermos de SIDA. No sabemos hasta qué punto la película es fiel a la historia real. Y tampoco nos importa demasiado. Esto es cine, ficción, y tiene que atenerse a ello. El giro que da el personaje de Ron nos resulta un tanto abrupto y poco verosímil. La escena del supermercado es muy bonita, pero es el momento en el que Dallas Buyers Club pone sobre la mesa todas las cartas. Y algunas de ellas están marcadas.

Por otro lado, comienza a ganar peso la trama médica. ¿Real? Probablemente. Pero muy convencional en su tratamiento: personaje maltratado se lía la manta a la cabeza y diseña un negocio clandestino de venta de medicamentos que entra en conflicto con las autoridades sanitarias que velan, también, por los intereses de las grandes corporaciones farmacéuticas. O dicho de forma más resumida: Personaje solitario y luminoso, con iniciativa y un par, se enfrenta a la fría burocracia. ¿Cuántas veces?

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Y si el espectador no está suficientemente entregado al personaje de McConaughey, el guión añade un médico bueno y un médico malo. El personaje interpretado por Jennifer Garner pulula por la película molestando más que otra cosa y añadiendo azúcar a una cinta que no lo precisa.

Por suerte, la película se cierra con una escena potente que nos devuelve a los mejores momentos de su inicio. Porque, insistimos, Dallas Buyers Club es Matthew McConaughey. Y no mucho más.

El responsable de esta cinta es Jean-Marc Vallée, autor canadiense célebre por C.R.A.Z.Y., película triunfadora en su día en el Festival de Cine de Gijón y que ya anunciaba sus luces y sus sombras: historias interesantes, bien rodadas, pero rutinarias en sus planteamientos narrativos. Jean-Marc quiere contentar al espectador. Y en ese afán cae en la trampa del efectismo.

No obstante, Dallas Buyers Club es una cinta recomendable, agradable y que marcará un hito en la carrera de McConaughey, actor que por méritos propios se sitúa en la vanguardia de los intérpretes de Hollywood.

Lo Mejor: Su primer tercio. La escena final. Matthew McConaughey.

Lo Peor: La evolución de la historia es convencional y con tendencia al efectismo. Cierto maniqueísmo. El papel de Jennifer Garner.