Crítica de “El Hobbit: La desolación de Smaug”

NOTA: 6,5

Cuando uno se sienta en su butaca a la espera de que comience la proyección de “El Hobbit: La desolación de Smaug” es imposible, como ocurría con su predecesora no evocar las imágenes de Frodo y compañía en la trilogía de “El Señor de los Anillos”. Las comparaciones resultan inevitables, cuestión que no es del todo justa, dado que ambas obras de J.R.R. Tolkien son absolutamente incomparables. “El Hobbit”carece de la solemnidad y de la trascendencia dramática propias de “El Señor de los Anillos”. La historia de Bilbo y los trece enanos es más bien un hermoso cuento lleno de aventuras que si bien se va oscureciendo poco a poco, resulta incomparable al drama existencial que vive su sobrino Frodo. De modo que debemos tomar cada cosa por lo que es: En el “El Señor de los Anillos” se busca salvar el mundo. En “El Hobbit” se pretende recuperar un tesoro de manos de un dragón. Creo que nos entendemos.

Como ocurría con “El Hobbit: Un viaje Inesperado” el principio de la cinta es su mayor atractivo. Si en aquella ocasión el ritmo pausado de los primeros minutos hacía las delicias de todos los fans con un hermoso retorno a la Tierra Media y con una relativa fidelidad al libro de Tolkien, en esta segunda entrega las bondades de la cinta nacen de lo trepidante de sus primeras secuencias. “Todos nos conocemos ya, de modo que vamos a lo que vamos” parece querer decir el director neozelandés. Con esta política logra que estemos pegados a la butaca durante casi una hora y media de película y es que “La desolación de Smaug” es cine de aventuras del bueno. Cada imagen es un regalo para los sentidos y cada aparición del señor Freeman-Bolson (Tolkien no podría haber soñado un Bilbo mejor) nos hace dar palmadas con las orejas. Mención especial merece también la magnífica secuencia de los barriles con los trece enanos acompañados de Legolas (Orlando Bloom) y Tauriel (Evangeline Lilly). Cosa fina estos elfos, oigan.

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Fíjense en las paradojas que tiene la vida. La mejor secuencia de la película es el mejor indicativo de uno de sus grandes defectos: los constantes excesos. Toda buena secuencia de acción debe ser un “in crescendo” constante hasta llegar a un pico dramático donde la intensidad ya no puede aumentar más. Es el momento de parar y descansar. Denme un cigarro o déjenme dormir un poco. Ustedes ya me entienden. Lo que ocurre es que en “La desolación de Smaug” siguen y siguen hasta conseguir que cuanto ocurre en pantalla resulte irrelevante para el espectador. Cuando la película se convierte en videojuego desaparece la magia de la Tierra Media

5

Dicho esto, resulta que al amigo Peter Jackson le ha dado por sacarse de la manga tres películas de 160 minutos tomando como punto de partida un libro de 324 páginas. ¿Qué implica ello? Que todo es demasiado largo. No solo las escenas de acción que mencionábamos. Cuando aparece el magnífico dragón Smaug con la voz de Cumberbatch frente al bueno de Bilbo, la cinta se transforma en obra de arte de la misma forma que ocurría en “Un viaje inesperado” con Gollum, pero hasta de ellos nos terminamos aburriendo. A pesar de que el aquí firmante se confiesa fan irredento de todo lo relacionado con la Tierra Media, no nos quejamos por purismo. Es mera puesta en escena.

6

Así las cosas llegamos al que podría ser el gran error de la cinta. Por primera vez tras cinco películas, Jackson opta por cortar la cinta en plena acción. En uno de esos picos dramáticos de los que hablábamos, el director opta por dejarnos esperando un año. De modo que Jackson nunca corta y cuando lo hace se equivoca.

En cualquier caso no despreciemos a “El Hobbit: La desolación de Smaug”. Nadie puede discutir que es una genial cinta de aventuras muy por encima de la media de su género. Dista mucho de ser perfecta, pero siempre es un placer darse un paseo hasta Erebor.

Héctor Fernández Cachón