Crítica | “El chico del millón de dólares”

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¿Le debemos algo a Disney? Yo, al menos, no. La figura de Walt Disney ha pasado a la historia como uno de los grandes nombres del entretenimiento, y su imperio sigue vivo en la actualidad en decenas de propuestas de ocio, incluyendo películas, series, cadenas de televisión, parques temáticos, merchandising, etc. De la factoría Disney han salido algunos productos agradables. Pero nunca entendí la ascendencia del sello Disney entre los niños de diferentes generaciones.

Yo también fui niño, creo recordar, y nunca soporté a Mickey Mouse y compañía. Siempre fui incapaz de fascinarme por sus personajes. No recuerdo sentarme en frente de la tele y disfrutar con los dibujos animados Disney. No sabía muy bien por qué, pero yo estaba más cerca de Hanna-Barbera, por ejemplo. O de la animación oriental. O de Espinete.

Años después entendí por qué no soportaba a Disney. Los dibujos Disney y su mensaje encarnan lo peor de la sociedad conservadora estadounidense, son la apoteosis de lo políticamente correcto, de la fantasía de cartón piedra que esconde entre bambalinas a tipos siniestros manipulando a los más jóvenes. Disney no me hacía soñar. Primero fue la indiferencia (¿Qué hace este ratón?) y luego el rechazo (¿Qué cojones hace este puto ratón?) Cuando me hice mayor, supe que significaba (realmente) aquel maldito roedor…

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A lo mejor exagero. Como siempre. Pero después de ver El chico del millón de dólares vuelven a salirme sarpullidos. El empalago es tal que aun me duran las arcadas. Podría decirse que soy masoquista. Pero ese no es el tema. Juró ante Walt Disney que yo me senté a ver está película con mis mejores intenciones. Trata sobre beisbol, un deporte interesante. Y sale Jon Hamm, un actor al que muchos seguimos desde su participación en Mad Men. Además, siempre me han interesado los agentes deportivos. Jerry Maguire me sigue pareciendo una película muy agradable. (Ya, ya, Jerry Maguire sí, y Disney, una mierda… No sé, cosas).

Total, que yo me puse a ver El chico del millón dólares con ganas y entusiasmo. Ok, es Disney. Puro Disney, sin disfrazar, pero el emporio del entretenimiento creado por uno de los más famosos antisemitas del siglo XX también ha dado algunas cosas buenas. También sé que la cinta no va a ofrecer grandes alardes de originalidad, que todo va a acabar bien, y que el mundo, según Disney, trata bien a quién a se lo merece. Quien lucha, lo consigue, bla bla bla. Estamos en Estados Unidos, pardiez, the land of opportunity.

Así que Jon Hamm coge los bártulos y se va la India a pescar grandes promesas para el beisbol. Algunos chascarrillos bastante flojos de choque cultural, Alan Arkin y un indio bastante gracioso. Bueno, oye, es Disney… El caso es que luego retornan a Estados Unidos. Miro el reloj y queda una hora y media de película. Buff, la que nos espera. 90 minutos de calidad descendente, pero muy descendente, hasta el punto de besar las mismísimas fauces de Walt Disney, allá en el infierno. Un horror.

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Para rematar, Jon Hamm sigue siendo Draper. No fuma y bebe menos (delante de las cámaras, porque sigue con los ojos vidriosos), pero sigue siendo Draper. Menudo mérito, Jon. Que sí, que pagarían bien, y además te fuiste a la India con todos los gastos pagados, pero esperamos algo más de ti que esta bazofia y ponerle voz a un personaje de El Congreso.

Por suerte, Alan Arkin pone su sello en la película y comprobamos con satisfacción que Bill Paxton ha llegado al otoño de su carrera en su mejor momento. Y el indio gracioso, que lo es.

Por lo demás, este based on true story es otra exhibición de lo peor de Disney que es, también, lo peor de la sociedad estadounidense. Unos indios muertos de hambre cumplen su sueño de vivir en Estados Unidos y jugar a un deporte del que no habían oído hablar en su vida. ¿A estas alturas, alguien se puede tragar esta mierda? Pero vamos a ver por el amor de Dios, que lo único que interesaba era el jugoso mercado indio, los derechos de televisión en un país de más de mil millones de personas. Que si en Asturias viviese tanta gente, los Yankees tendrían un pitcher de Cabañaquinta. Bah, no me joder, ¿eh?

Lo Mejor: Alan Arkin, Bill Paxton y Pitobash (el indio gracioso)

Lo Peor: Disney

Más información sobre imperialismo cultural  yankee y manipulación histórica y de masas en la crítica de Monuments Men.

Escrito por David Rubio para Alucine