Crítica: “La gran belleza”

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“… Pero no la encontré”

Ágil, divertida, cínica, opulenta, ácida, elocuente, bella. Grande. Y previsible, también. Las referencias estéticas y narrativas de La gran belleza son obvias. La galería de personajes y situaciones recuerdan al Fellini más festivo. Hay monjas, diletantes, modelos, escritores… Y una enana. La gran belleza es puro cine italiano, con su admirable sentido del humor, pero también con algunos lugares comunes. Pero qué vamos a decir, el buen cine italiano es, tal vez, el que más ha logrado celebrar la vida en el siglo y pico de historia de este arte.

Unos turistas orientales se bajan de un autobús en Fontana dell’Acqua Paola. Una de las mejores vistas de Roma. Pero nadie mira, todos sacan fotos y un turista se desploma. ¿Síndrome de Stendhal o insolación? ¿La gran belleza o la gran decadencia? Acto seguido escuchamos a Raffaella Carra en una fiesta multitudinaria en una gran terraza romana. Una fiesta que no parece tener fin. Y comienzan a desfilar los excéntricos, entrañables y detestables personajes de La gran belleza.

“Voy a hacer del Papa y también de un drogodependiente que se redime”. “¡Oh! ¡Qué proyectos más interesantes!” La escena de la interminable fiesta es sorprendente. En 15 minutos de película aun no nos hemos situado. Más bien parece un documental sobre las dos Romas, las dos Italias, dos formas de ver la vida, que tal vez son la vida misma. Pero, por fin, un dandi de cigarro en la boca en proceso de éxtasis hace acto de presencia. Se llama Jep Gambardella. Un día, cuando era joven, escribió una novela que se convirtió en un clásico. Y a vivir.

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“Llevan besándose diez días seguidos, desde que se conocieron…”

La gran belleza es, para empezar, un sentido homenaje a Roma. Toda la cinta está salpicada de escenarios míticos de la ciudad eterna. Es la Roma de El Coliseo, de San Pietro in Montorio, de los paseos en barco por el Tíber, de Plaza Navona y de Villa Borghese. Jep  y sus acólitos, adinerados hasta la nausea, exprimen la ciudad. Es el otro saber vivir… El que combina los bífidus con la farlopa, y el omega-3 con el botox.

Jep ¿trabaja? para una revista cultural. Al inicio de la historia se desplaza a ver una performance a las afueras de Roma. La escena nos recuerda al mejor Nanni Moretti, al de Ecce Bombo, aquel Moretti que aun no estaba patéticamente epatado de sí mismo. La artista de la performance se nutre de vibraciones y se da cabezazos de goma espuma contra el muro. La gran belleza tiene mucho de la melancolía y la acidez del primer Moretti, otro personaje romano hasta las trancas…

Jep Gambardella comienza a dominar la película con su elegancia decadente y sus lúcidos parlamentos. Sí, es un poco pedante, pero no nos importaría asistir, aunque fuese como oyente, a una de esas reuniones en su piso frente al Coliseo. Esas conversaciones de los amigos de Gambardella hacen que la película empiece a alcanzar cotas de gran calidad. La brutalidad del protagonista a la hora de humillar verbalmente a una de sus amigas es una forma de definirse, también, a sí mismo. A todos los que danzan en La gran belleza.

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“Pero la niña estaba llorando mientras pintaba…” “Déjala, gana millones”.

Y es que esta película está repleta de escenas y personajes fascinantes. Pero no podemos describirlos a todos. Y a todas. Baste decir que La Gran Belleza construye un relato clásico, vestido de ultra modernidad decadente, que ofrece un tesoro conmovedor a quien quiera abrirlo.

Paolo Sorrentino, ya recuperado de la mediocre Un lugar donde quedarse, maneja con oficio la historia. Sabe que debe incluir pequeñas verdades entre tantos fuegos de artificio. Es la única manera en la que el espectador puede deshilachar la madeja cínica que envuelve la historia y llegar al corazón de Jep. Para llegar y conmover a nuestros propios corazones, tan curtidos, tan modernos, y tan disimulados…   “¿Qué tenéis contra la nostalgia? ¿Eh? Es la única distracción para quien no cree en el futuro. La única.” Pues eso.

Lo Mejor: Las interpretaciones, la galería de personajes, los diálogos, el sentido del humor, la música, los escenarios, los fiestones, y sobre todo, los matices.

Lo Peor: Cierto exceso en el esteticismo. El truco es demasiado visible, pero qué importa,  è la vita.

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  1. Javier Crespo Cullell mayo 5, 2014