Seguro que muchos de vosotros, donde me incluyo, nunca le vieron la gracia al 3D en el cine. El abusivo sobreprecio, la visión algo turbia, nunca del todo nítida, la incomodidad e incluso mareo, eran algunos de los “efectos” que nos acompañaban a esas “maravillosas” escenas en tres dimensiones. A pesar de ser bastante más antiguo de lo que muchos piensan (ya había películas en 3D en los ochenta) de hace unos años para acá parecía que el 3D iba a ser la enésima revolución en la industria del cine y que todas las productoras tenían que subirse al carro del nuevo Rey Midas. Cines, televisores, y demás aparatos reproductores tenían que actualizarse, en esa rueda consumista en que el mundo nos tiene girando, con avances tecnológicos sobre avances tecnológicos de avances, pero que luego todo ello no lleva a ningún sitio, pues la rueda sigue girando como giraba aquella pequeña rueda que mi hámster hacía rodar: quedándose en el mismo sitio.
Esta reflexión viene tras leer el nuevo informe publicado por la agencia de rating Fitch sobre el estado de la todopoderosa industria cinematográfica estadounidense, y donde el 3D no sale muy bien parado. Según la agencia Fitch, las ventas de entradas en películas para 3D en EEUU vna a caer este año por primera vez desde 2009, cuando el 3D conoció su película cumbre con Avatar.
La razón de esta bajada es doble: por un lado, no se esperan grandes títulos que exploten las “virtudes” de las tres dimensiones este año, y por otro, los espectadores estadounidense parecen estar cansándose del sobreprecio que supone una película en 3D, obviando todos aquellos efectos secundarios que antes comenté, y que muchos padecen durante el visionado de una película en tres dimensiones. A pesar de que, años anteriores, según recoge el informe, “La asistencia a los cines se benefició de la proliferación inicial de películas en 3D“, hoy en día “la excitación inicial ha disminuido, y los consumidores se centran de nuevo en la calidad en conjunto de la película y ponderan el coste de ambas entradas”. Sobre el sobreprecio, Fich recuerda, “ir al cine es uno de las formas de entretenimiento más baratas, aunque la subida de precios, particularmente de las películas en 3D, podría hacer cambiar esta percepción con el tiempo”.
Espero, como asistente habitual del cine de mi pueblo, que el 3D desaparezca, se hunda en el olvido, no vuelva nunca, quede como un recuerdo de una moda pasajera y mal gestionada. No ha traído nada bueno al cine, incluso peor: la proliferación de películas producidas únicamente para que luzcan bonito en tres dimensiones. El 3D, como antes dicho, era la enésima excusa para hacernos pagar hasta diez euros por ver una película, a costa de esa supuesta revolución tecnológica maravillosa que languidece ahora ante la paciencia con que James Cameron rueda la segunda parte de Avatar. Quien sabe si, para entonces, el 3D sea ya oficialmente la enésima burbuja tecnológica pinchada. Yo al menos así lo espero.
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