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Críticas terroríficas: “Perros de Paja”

Siempre me ha impresionado la violencia en el cine. Pensarán ustedes que soy un simplón, pero déjenme matizar mis palabras. Al hablar de violencia en el cine no hablo de las burdas muestras de las cintas de Steven Seagal u otros muchos. Me refiero a la violencia de verdad. La que asusta. La que se parece demasiado a la realidad hasta el punto de cortarte la respiración. Entre las muestras de esta violencia que nos ha dejado el cine últimamente nos encontramos dos auténticas joyas como la magnífica “Winter’s Bone” (Debra Granik, 2010) o la maravilla danesa “La caza” (Thomas Vinterberg, 2012). En ambas obras nos encontramos con un entorno plácido, e incluso bucólico a su manera. Algo cercano a la realidad hasta el punto de que las similitudes con la localidad de origen del aquí firmante (que permanecerá en el anonimato, pero situada en el norte de España) son profundas hasta lo doloroso. La cercanía y confianza contrapuesta a la violencia latente propia de las relaciones humanas. Entornos tan abiertos que generan una extraña sensación de claustrofobia. Cárceles gigantes. Del mismo modo, en ambas obras encontramos una semilla común. La semilla que hace más de cuarenta años sembraba el inolvidable director californiano Sam Peckinpah con cada una de sus obras y, en especial, con la imprescindible “Perros de paja”.

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Sam Peckinpah nunca fue hombre de concesiones al sentimentalismo. En cada una de las quince obras imprescindibles que componen su filmografía nos encontramos con personajes y entornos hostiles hasta el extremo. Pese a ser palabras mil veces repetidas sobre sus obras (al igual que las de Clint Eastwood), el trabajo de Peckinpah siempre se ha caracterizado por una influencia desmedida del género “western” en su concepción más crepuscular y lírica. Más que hablar de influencia, hay que marcar su nombre como uno de los padres fundadores de esta maravillosa vertiente del western. Pero no acaba aquí la peculiaridad estilística del director. Hemos mencionado ya la violencia latente en cada una de sus obras. Nadie maneja la intensidad, la furia o la ferocidad como Peckinpah lo hacía. “Perros de paja” no tiene como telón de fondo los austeros parajes del oeste americano, sino el verde poderoso de la campiña inglesa, pero no deja de ser un violento western.

David Sumner (Dustin Hoffman) es un astrofísico americano que decide trasladar su residencia al pueblo de su mujer (Susan George), en Gran Bretaña. David vive entre sus libros e investigaciones. Es un tipo reservado, tímido y, ante todo, pacífico. Siempre evita cualquier conflicto o disputa. Sin embargo, las cosas están a punto de cambiar, ya que la violencia de ciertos individuos del pueblo acabará con la contención emocional de un protagonista que estallará reaccionando con las mismas armas de sus agresores. Su hogar está amenazado. Su esposa está amenazada. La espiral de violencia no ha hecho más que comenzar.

Sam Peckinpah coge en esta obra vital de su filmografía a un protagonista que representa al máximo exponente del ser humano intelectual y civilizado. Un individuo hiperbolizado para demostrar, una vez más que dentro de todo individuo existe una llama viva de aquellos instintos primarios que ya mostraban con claridad los primeros homínidos. El grandísimo Dustin Hoffman encarna a un personaje que no dista demasiado de un niño víctima del no tan moderno “bullying” por parte de unos individuos en los que la violencia palpita a flor de piel. Así las cosas, Peckinpah nos regala casi dos horas de metraje en las que el terror puro que comienza a vivir David Sumner cala poco a poco hasta nuestros huesos. No hay concesiones a la moralidad. El director californiano rueda secuencias que, a día de hoy pocos o ningún director se atreverían. No le importa lo que piense la gente. No le importa herir sensibilidades. Peckinpah sabe lo que quiere contar y lo cuenta de la manera que considera apropiada.

“Perros de paja” es terroríficamente buena. Por momentos alcanza el nivel de tortura que solo puede compararse con el ofrecido por Haneke en “Funny Games”. Tan sórdida y cruel como la realidad misma. No quedan directores como Sam Peckinpah.

Hector

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