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El clásico de la semana: “Cinema Paradiso”

Argumento: La cercana demolición de un viejo cine despierta la nostalgia de un afamado director de cine. El maduro Salvatore comienza entonces a rememorar su infancia y los maravillosos momentos vividos allí junto al encargado del cine, que tanto marcó la que sería su vida futura.

El único pasatiempo del pequeño Salvatore en el pequeño pueblo italiano donde crece es disfrutar de las películas que se proyectan en el cine Paradiso. Embriagado por la magia del cine, el chico empieza a desarrollar un incomparable amor por el séptimo arte. Su vida cambiará por completo el día que Alfredo, el operador, decide comenzar a enseñarle los secretos y misterios que se esconden detrás de las producciones cinematográficas.

Lo que ocurre es que el tiempo pasa, Salvatore crece y llega el momento de abandonar un pueblo en el que cualquier futuro se antoja imposible. Treinta años después de su partida, el que fuera un niño enamorado del cine es ahora un afamado realizador que recibe un mensaje que le obligará a volver a casa.

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¿Por qué tengo que verla?: El argumento más sencillo y evidente que debería llevarles a “Cinema Paradiso” es que es una de las declaraciones de amor al cine más hermosas que se han hecho nunca. Hay personajes maravillosos, secuencias magníficas, un guión que enamora y un brillante director presa de la nostalgia, pero el auténtico protagonista de “Cinema Paradiso” es el cine. Imposible que no se haga un hueco en lo más profundo de sus corazones, donde se quedará para siempre.


Se hace francamente complicado dedicarle unas líneas a la genial cinta de Giuseppe Tornatore sin caer presa del romanticismo. Las emociones que nos ofrecen Salvatore y Alfredo (maravilloso Philippe Noiret ) hacen imposible una valoración cerebral. Aquí mandan los sentimientos. Pásenle una mano por encima a este álbum de recuerdos para quitarle el polvo de encima y entreguen las armas. Déjense seducir y no se arrepentirán.

La secuencia: Un cine a punto de ser demolido, el recuerdo del amor, la añoranza de la infancia, la música de Ennio Morricone y los ojos llenos de lágrimas para una secuencia final que, como perfecta rúbrica, es lo más hermoso que ha dado el cine en muchos años.

Hector

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