NOTA: 6,5
Hay una cosa que diferencia al Capitán América del resto de superhéroes. Más allá de su asombroso desarrollo muscular, su envidiable inteligencia o su magnífica habilidad en el lanzamiento de escudo, el “capi” es un símbolo. Si habla, todo el pueblo americano le escucha. Si alza la mano, cada estadounidense le sigue al mismísimo infierno. El Capitán América es un himno o una bandera. Es el clavo ardiendo al que se aferró todo un pueblo durante la lucha contra el nazismo.
Lejos del paseo por la Alemania nazi que se pegaba un capitán américa sin identidad en la primera cinta, en “Capitán América: El Soldado de Invierno”, el bueno de Steve Rogers se enfrenta a una guerra más propia de nuestro tiempo. Una de esas que se libra en los despachos, cargada de miradas aviesas y maletines cerrados. Al más puro estilo “Watergate”, los hermanos Russo nos llevan a una de esas conspiraciones de los años setenta que tanto nos gustan (de hecho Robert Redford se pasea por la cinta con la misma soltura que en “Todos los Hombres del Presidente”) y ahí es donde la historia luce. Bien es cierto que la trama está excesivamente subrayada desde el principio, pero como este Capitán América tampoco es un lince y no está para muchos alardes, la conspiración ultrasecreta que se traen entre manos los terroristas de corbata resulta óptima.
Otro de los problemas que tiene el Capitán América es que lo mismo una bandera de Estados Unidos como un horizonte hermosote le despistan con facilidad. Déficit de atención se le llama. Para esos momentos, la cinta se saca de la manga a un buen puñado de secundarios magníficamente tratados por el guión. Todos ellos tienen su particular parcela de desarrollo en el metraje, lo que impulsa y refresca la película cuando empieza a pedirlo a gritos. Así las cosas Scarlett Johansson, Samuel L. Jackson o el propio Robert Redford nos ofrecen aire limpio cuando el bueno de Chris Evans, magníficamente inmerso en su personaje de superhéroe retro, no puede sostener más el peso de la obra.
Así las cosas, el clímax final lleno de mamporros, explosiones y golpes se convierte en la parte menos afortunada de la cinta. Probablemente sea un peaje necesario por el corte de la película, pero resulta tan previsible como tedioso. En todo caso hay motivos para alegrarse, ya que el capi ya no huele tanto a cerrado. El primer vengador ha encontrado una identidad propia para sus futuras películas y un hábitat natural en los despachos del Pentágono.
Héctor Fernández Cachón
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