Nota: 5,5
La naturaleza humana resulta paradójica. Desde nuestros ancestros neandertales llevamos 230.000 años en una constante lucha interna. Los instintos más primarios del ser humano incitan a conductas consideradas poco aptas por nuestra mitad más social y necesariamente represora. ¿Quién no ha dicho alguna vez aquello de “esto lo arreglaba yo con…”? Lo que se pretende apuntar con tal locución es “esto lo arreglaba yo dándome rienda suelta”. Se puede aplicar a educación, a amor y, sobre todo, a justicia. Los personajes de “Big Bad Wolves” han decidido acallar a su lado represor. Son lobos corriendo por el bosque ávidos de saciar sus principales apetitos.
Resulta difícil obviar las palabras de Quentin Tarantino cuando uno se sienta frente a la pantalla de proyección de “Big Bad Wolves”. Según el inefable director, el filme es la mejor obra del pasado año. Efectivamente, la propuesta cinematográfica de Aharon Keshales y Navot Papushado resulta atractiva y turbadora, pero dista mucho de la perfección o de la osadía que se le podría suponer. El cruel (pero que muy cruel) asesinato de una niña hace que se genere un violento y reducido ecosistema en el que conviven el padre de la criatura, un policía en su particular búsqueda de la justicia y el supuesto culpable, contra el que no existen pruebas concluyentes. El caldo de cultivo resulta el ideal para que, como espectadores también podamos alimentar a nuestro dragón interno, pero al primer bocado nuestro dragón detecta que le estamos dando gato por liebre.
“Big Bad Wolves” es un artificio
“Me habéis matado al hijo, pero no me había reído tanto en mi vida” decía Miguel Gila en uno de sus más famosos monólogos. Aquello resultaba divertido porque el magnífico cómico abanderaba el surrealismo de su humor por doquier. Si se plantan ante “Big Bad Wolves” con la idea de que van a encontrarse algo más parecido a “La vida de Brian” que a una cinta de los Coen o del propio Tarantino, la disfrutarán. De lo contrario, sus instintos más primarios volverán a retraerse decepcionados por la promesa de libertad truncada.
Héctor Fernández Cachón
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