¿Os acordáis de cuando Matthew McConauguhey era tratado como un chulo de playa por el gran público? Efectivamente, pese a sus prometedores comienzos en la industria del cine, el bueno de Matthew se desenfocó demasiado durante unos añitos. El tipo que nos seducía en Tiempo de Matar o Contact dejaba paso al hombres de la sonrisa y los músculos. Talento había a grandes dosis, pero desperdiciado.
Más de una década teníamos que esperar para recuperar a un actor que, no sólo recuperaba su prestigio interpretativo, sino que lo elevaba a los altares. Killer Joe y El Inocente (ambas de 2011) empezaban a marcar una tendencia hasta dar un salto de calidad que no llegaba con Dallars Buyers Club o True Detective, sino con una pequeña maravilla titulada Mud,
En una isla del Mississippi, dos chicos descubren a un fugitivo llamado Mud. Ha matado a un hombre para proteger al amor de su vida, Juniper, y ahora se oculta de los cazadores de recompensas. Los chicos acceden a ayudarle a reunirse con Juniper y preparar su huida juntos, sin saber que la aparición de Mud significará el fin de sus infancias. Será un punto trascendental en la vida de unos protagonistas aterrizando en el mundo real de golpe y porrazo.
Matthew McConaughey y su robusta fragilidad lograban desplegar un saber hacer que intuíamos, pero que nunca habíamos visto tan claramente. Y es que ese fugitivo llamado Mud servía para que el propio actor se demostrase a sí mismo que había madurado. Era el momento de arrasar.
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