No son tiempos propicios para el western. El que un día fuese el género más rentable de la industria del cine, hoy queda relegado a un segundo (o tercer) plano. Y es que los forajidos a caballo y los sombreros calados ya no tienen el mismo tirón de sus días dorados. Eso sí, cada año nos llegan un par de piezas sensacionales que nos recuerda que, a pesar de que se hace poco western, su calidad es tremenda. El poder del perro nos lo recordaba hace poco más de un año.
Lo que pasa es que esta vez la cosa no ha salido demasiado bien. Nuestro queridísimo Christoph Waltz, en compañía de otro grande como Willem Dafoe, se ponía a las órdenes del veterano Walter Hill, para firmar un western de venganza con muy buena pinta en apariencia, pero que ha decepcionado a lo grande. Bajo el título de El cazador de recompensas, a lo que asistimos es a una sucesión de clichés que nada vienen a aportar al género. Un desperdicio en toda regla. Todo mil veces visto y pereza máxima en demasiados sentidos.
Texas, 1892. El soldado desertor Elijah Jones parece haber secuestrado y retenido en México a Rachel Price, una elegante mujer de buena familia. Su esposo contrata al legendario cazarrecompensas Max Borland para traerla de regreso a Texas. Al mismo tiempo, el peligroso pistolero Joe Cribbens sale de prisión buscando venganza contra quienes lo enviaron entre rejas, uno de los cuales fue Max.
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