Cuando Tom Cruise se cuelga de un avión, salta de un acantilado o se enfrenta a una IA que amenaza con controlar el mundo, no lo hace solo por el espectáculo. Lo hace porque cree, con fe ciega y sonrisa profident, en el poder del cine como experiencia total. Y Sentencia Final, la octava –y supuestamente última– entrega de Misión: Imposible, es una carta de amor a ese cine que se siente, que se suda, que se vive al borde del asiento… aunque esta vez la despedida tenga sabor a recalentado de lujo.
La película, de casi tres horas de duración, funciona a ratos como una enciclopedia emocional de la saga. Hay flashbacks, guiños al pasado, cameos y un guion que parece más preocupado por honrar su legado que por seguir acelerando a fondo. Para algunos fans, este enfoque resulta un homenaje merecido. Para otros, una sobrecarga de solemnidad que hace que Cruise parezca más un mesías que un espía.
Las críticas no han tardado en dividirse como si de un consejo de inteligencia se tratase. Por un lado, hay quienes aplauden la ambición visual, las secuencias de acción casi suicidas (atención al clímax submarino y al ballet aéreo que haría palidecer a Top Gun), y el compromiso de Cruise con un cine físico, sin dobles digitales. Por otro, están los que ven un exceso de ego, de metraje, y una trama tan inflada de importancia que por momentos olvida lo que hacía especial a la saga: su ligereza, su sentido del juego, su tono de thriller pop.
Christopher McQuarrie, el fiel escudero detrás de las últimas entregas, dirige con mano firme y ojo clínico para la acción. Pero aquí se nota el desgaste: el montaje parece por momentos una recapitulación, una obsesión por atar cabos que lastra el ritmo, con diálogos cargados de trascendencia y escenas que piden a gritos tijera.
También hay ausencias notables: por primera vez, no hay máscaras, ni fiestas de alta sociedad, ni ese aire sofisticado de espías con clase. Y aunque las secuencias de acción siguen siendo impresionantes, la elegancia y el humor han quedado atrapados en algún rincón del pasado.
¿Y Tom Cruise? Impecable, incansable, inhumano. A sus 62 años sigue siendo el alma de la saga, y aunque en Sentencia Final su Ethan Hunt empieza a mostrar grietas, cansancio y un toque de melancolía, sigue recordándonos por qué nos enamoramos de este personaje. Pero también por qué es momento de dejarlo correr hacia el horizonte sin necesidad de volver.
En definitiva, Sentencia Final es una buena peli pero no es el final perfecto que todos esperábamos. Es más una celebración nostálgica que una explosión de innovación, un cierre digno pero no apoteósico. Una película que quiere ser muchas cosas –adiós, testamento, homenaje, epílogo emocional– y termina siendo algo así como un álbum de grandes éxitos… con un par de pistas nuevas que siguen demostrando que Cruise es, sin duda, el último gran héroe del blockbuster.