Crítica de “El club del crimen de los jueves”

Hay películas que nacen para romper moldes y otras que nacen para calentar las pantuflas. “El club del crimen de los jueves” es de las segundas. Y no lo digo como crítica feroz, ojo. Es cine con bata y zapatillas, para ver sin necesidad de pestañear muy rápido. Y a veces eso, amigo, también se agradece.

La historia va de cuatro jubilados británicos que, en vez de jugar al dominó o al parchís, deciden investigar crímenes no resueltos por diversión. Todo muy encantador. Hasta que, claro, el crimen les cae en casa y la broma se convierte en algo real. ¿Suena a “Puñales por la espalda” versión gerontológica? Un poco sí. Pero sin la mala leche. Aquí todo es más pastelito inglés que whisky turbio.

Lo que sostiene esta película, y lo único que de verdad importa, es el reparto de lujo: Helen Mirren, Pierce Brosnan, Ben Kingsley, Celia Imrie. Cuatro titanes que podrían leer la guía telefónica y seguirían siendo más interesantes que la mayoría de las series actuales. Helen Mirren, en concreto, podría mirar al vacío durante cinco minutos y provocar más tensión que todo el clímax de la película. Brosnan hace de sí mismo, y eso ya es bastante: encanto, media sonrisa y el traje siempre en su sitio. Kingsley aporta esa seriedad que te hace creer que hay algo más profundo detrás de todo esto, aunque no lo haya. Y Celia Imrie es esa señora entrañable que te encantaría tener como vecina… o como cómplice.

¿La trama? Flojita. Si adivinas quién es el asesino antes del primer acto, no te vas a llevar ninguna sorpresa. El guion no arriesga, no muerde, no juega al despiste. Es un misterio de manual, de esos que podrías resolver mientras haces la compra. No hay giros. No hay tensión. Pero hay charme, y eso, aunque suene rancio, sigue vendiendo.

El humor es de taza de té y galletita. Muy británico, muy educado, muy “lo importante es pasarlo bien, ¿no?”. Hay chistes que funcionan, otros que parecen sacados de un catálogo de “frases graciosas para jubilados”. Nada que te haga soltar una carcajada, pero sí algunas sonrisas que caen con gusto.

Lo que sí molesta un poco es esa visión edulcorada de la vejez, donde todos los ancianos tienen casas preciosas, salud de hierro y vidas pasadas fascinantes. A veces da la sensación de que estás viendo una especie de anuncio de seguros para mayores con estética de comedia de misterio. Todo es demasiado bonito, demasiado pulcro, demasiado irreal. Como si la tercera edad fuera solo una excusa para vestir a los personajes con chaquetas de tweed y darles diálogos ingeniosos.

¿Es una buena película? No. ¿Es una mala película? Tampoco. Es exactamente lo que esperas cuando ves el cartel: entretenimiento sin complicaciones. De esas que puedes ver con tus padres, tus abuelos o tú solo en una tarde lluviosa sin sentir que has perdido el tiempo… ni que lo has aprovechado del todo.

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