Crítica de Los Rose

Te lo juro: fui con ganas. Me senté en la butaca con esa esperanza ingenua de que alguien, al fin, se atreviera a recoger el espíritu venenoso y gloriosamente incómodo de “La guerra de los Rose” y lo trajera al presente con el colmillo afilado. Pero no. Lo que me encontré fue una versión condescendiente, dulzona, que se cree rebelde porque dice “patriarcado” en los primeros diez minutos.

La historia arranca con Ivy y Theo, una pareja de catálogo: guapos, exitosos, con hijos de esos que salen en anuncios de cereales. Pero el maquillaje no tarda en cuartearse. Él, arquitecto venido a menos; ella, chef en ascenso. Y ahí empieza lo bueno… o lo que debería haber sido bueno. Porque la película se asusta de su propia sombra. Cuando podría lanzarse al vacío emocional, a la crueldad disfrazada de sarcasmo, prefiere quedarse en lo seguro, en lo irónicamente correcto.

Y eso que Colman y Cumberbatch están enormes. Ella, con esa mirada que pasa del amor al desprecio sin moverse un milímetro. Él, jugando a ser el hombre que no sabe si perdió el trabajo o perdió su lugar en el mundo. Sus peleas tienen ritmo, tienen chispa. Las palabras duelen, pero no matan, y ahí está el problema: en esta guerra, nadie sangra. Todo queda en herida emocional superficial, como si temieran manchar la alfombra del set.

¿Dónde está la mala leche? ¿Dónde ese humor negro que hace que te rías y te sientas mal por hacerlo? Aquí todo está pasado por el filtro de Instagram: bonito, medido, aséptico. Hay escenas con potencial —una discusión en la cocina que empieza con risas y termina con un cuchillo sobre la mesa—, pero siempre se quedan a medio trazo. Como si alguien gritara “¡Corte!” justo antes de que la cosa se ponga buena de verdad.

Y ojo: no es que quiera que imiten la película original. Es que si vas a hacer un remake, hazlo con cojones o no lo hagas. No reescribas una historia feroz para convertirla en un drama con aspiraciones a TED Talk sobre los roles de género y la gestión emocional. Esto no es terapia de pareja, es cine. O debería serlo.

Tampoco ayuda el ritmo. La película tarda media vida en arrancar. Los primeros 40 minutos parecen un catálogo de muebles escandinavos con diálogos. Cuando por fin estalla el conflicto, ya estás revisando mentalmente la lista de la compra. Y cuando llega el final, con esa canción felizona que intenta ser irónica pero suena a anuncio de seguros, ya no te importa si Ivy y Theo se destruyen o se reconcilian. Porque la película nunca te deja entrar de verdad en su mundo.

Eso sí: visualmente, todo impecable. Casas de ensueño, vajillas de diseño, ropa de catálogo. Pero eso no es alma. Eso es Pinterest.

En definitiva: Los Rose es una de esas películas que quiere parecer atrevida sin molestar a nadie. Quiere hablar del resentimiento, del éxito, de los roles, pero sin levantar demasiado polvo. Y lo peor de todo es que tiene a dos actores brutales atrapados en una historia que no se atreve a explotar. Como tener dinamita y usarla para encender una vela.

Responder