Del cielo al infierno: Spike Lee firma el remake más innecesario del año

Todo apuntaba a algo grande, un thriller con músculo y dilemas morales, heredero del clásico de Kurosawa. Pero no: lo que tenemos aquí es un culebrón caro, con más oro de Apple en pantalla que en una tienda de la calle Serrano.

La premisa suena potente: un productor musical todopoderoso (Denzel, claro) se enfrenta a una extorsión que amenaza su familia y su imperio. Pero el guion se desploma en media hora. Lo que en High and Low era un estudio brutal de la ética y el privilegio, aquí se convierte en un thriller descafeinado que se pasea por Nueva York como si quisiera venderte un plan de Apple One con auriculares dorados de regalo.

Y lo peor: Denzel Washington parece estar en piloto automático. Ese hombre que podía sostener películas enteras solo con una mirada, aquí actúa como si hubiera firmado el contrato un viernes por la tarde y estuviera deseando volver a casa. Cumple, claro, porque es Denzel, pero no transmite ni la mitad de lo que debería. Jeffrey Wright, siempre sólido, queda relegado a segundón de lujo; Ilfenesh Hadera y A$AP Rocky parecen extras de videoclip; y Spike Lee… Spike Lee juega a Spike Lee, pero sin las agallas de antes.

Lo que sí abunda son las decisiones visuales raras. Saltos de montaje que cortan la tensión como si alguien hubiera pisado el cable, escenas que parecen de telenovela en prime time, una fotografía que nunca encuentra coherencia. Y esa banda sonora… madre mía. ¿Qué pasó ahí? Spike Lee siempre había tenido buen oído para mezclar música negra, jazz, rap, funk, pero aquí la selección suena como un Spotify playlist de tarde de domingo: sin garra, sin conexión, sin alma.

El único momento en el que la película despierta es en el último tercio, cuando Spike se suelta y convierte el drama solemne en un show juguetón, casi autoparódico. Ahí aparece un Denzel rapeando (sí, has leído bien) y por un momento piensas: “Vale, esto es lo que buscaba: exceso, desparpajo, un Spike Lee que no se toma en serio ni a sí mismo.” Pero claro, han pasado ya casi dos horas de bostezo.

Y ojo, porque la sombra de Kurosawa aplasta cada fotograma. El dilema moral del empresario entre salvar a su hijo o mantener su imperio aquí se reduce a frases grandilocuentes que no pesan nada. Spike no reinterpreta, simplifica. Y donde el japonés te dejaba incómodo, atrapado en la duda, el americano te suelta un panfleto mal cocinado sobre raza, poder y música que ni conmueve ni provoca.

Al final, Del cielo al infierno no es más que eso: un despropósito elegante, un remake innecesario, un producto hecho para vender “contenido” en streaming y para que Spike y Denzel vuelvan a reunirse delante de una cámara. Ni furia, ni tensión, ni épica. Sólo una película que no sabe justificar su propia existencia y que termina siendo lo que nunca debería: aburrida.

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