The Smashing Machine: la redención según ‘La Roca’… sin épica ni excusas

Hay algo profundamente triste —y casi hipnótico— en ver a un hombre que lo tuvo todo, perderlo sin entender muy bien en qué momento empezó a caer. The Smashing Machine es exactamente eso: una historia de músculos rotos, emociones contenidas y derrotas lentas, narrada con un respeto que a veces abruma y otras emociona.

No, no es la película que esperas si vienes buscando acción a lo Fast & Furious. Y sí, es probablemente lo mejor que ha hecho Dwayne Johnson en toda su carrera. Porque por fin deja de hacer de sí mismo.

Dwayne Johnson, sin carisma… y eso es bueno

Hay que decirlo claro: ver a “La Roca” actuar sin sonrisas ni cejas levantadas da un poco de vértigo. Pero también es refrescante. Aquí interpreta a Mark Kerr, luchador de los inicios salvajes de la UFC, un tipo que se pega como un monstruo pero que en casa se deshace como un niño. Johnson se transforma, no solo físicamente (a base de kilos y prótesis), sino emocionalmente. Deja que el personaje lo arrastre a sitios incómodos, a silencios largos, a miradas perdidas.

No es brillante. Pero es honesto. Y en una industria donde todo suele estar tan coreografiado, eso se agradece.

Combates que duelen, pero no por los golpes

Benny Safdie dirige en solitario esta vez, y se nota que quiere más retrato que espectáculo. Las peleas, aunque potentes, están lejos del show: se sienten sucias, reales, con cortes de plano que rozan el documental. No hay glorificación, no hay épica. Hay sangre, sudor y esa sensación de “esto no debería estar pasando pero no puedo dejar de mirar”.

Pero la verdadera pelea ocurre fuera del octógono: la que Mark tiene con su adicción, con su novia Dawn, consigo mismo. Y es ahí donde la película intenta brillar… con luces tenues.

Emily Blunt: el alma que sostiene el ring

Emily Blunt es la que se roba la película. Cada vez que aparece, uno entiende qué es eso del “contrapunto emocional”. Es potente, firme, desbordada y empática al mismo tiempo. Su personaje, Dawn Staples, podría haber sido la típica “novia preocupada”, pero ella lo convierte en un faro entre la niebla.

Sin ella, la película se tambalea. Con ella, la historia de Kerr tiene sentido.

¿Y el problema? Pues que ya lo hemos visto antes

The Smashing Machine no engaña: quiere ser un biopic emocional sobre un hombre que se cae a trozos mientras todo el mundo le dice que es invencible. Pero ese viaje ya lo hemos hecho mil veces: The Wrestler, Creed, Foxcatcher, Ali, incluso El cisne negro en otro tono.

La diferencia aquí está en el enfoque, más íntimo que épico. Pero el guion no arriesga. Sigue los pasos marcados: ascenso meteórico, adicción, traición, caída, redención. Aunque se agradece la contención de Safdie, a veces se echa de menos algo más de locura, más vértigo narrativo, más rabia estética.

¿Merece la pena?

Sí. Sobre todo por ver a Dwayne Johnson dejarse de tonterías, abrazar su parte rota y atreverse a no gustar tanto. Por ver a Emily Blunt ser gigante. Y porque en su mejor versión, la película te mete en el alma de un hombre que no sabe cómo dejar de pelear, aunque ya no sepa por qué lo hace.

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