Crítica de Laberinto en llamas. Que bien se lo pasa uno pasándolo mal

Cuando alguien me dice “película de catástrofe basada en hechos reales”, lo primero que siento es escepticismo, ya he visto demasiadas que prometen “tirarte al asiento” y terminas tirado en el asiento, pero de dormido. Pero con Laberinto en Llamas tuve momentos en que sentí el calor, la opresión del humo, el nudo en la garganta. Esa es la promesa que más me interesa: que la historia te arrastre al caos. Y en bastantes instantes lo consigue.

El punto de partida es sencillo: un incendio forestal letal en California (el famoso Camp Fire de 2018) acecha una pequeña población llamada Paradise, y justo cuando todo se desmorona, Kevin McKay —un conductor de autobús escolar con fantasmas propios—, y Mary Ludwig —una maestra— tienen la misión de llevar a 22 niños a salvo, a través de un laberinto literal de fuego. Eso es todo lo que necesitas saber para entrar: tensión pura más humanidad en equilibrio precario.

Lo que me atrapó: tensión, personajes quebrados, agresividad visual

  1. Matthew McConaughey descompuesto
    No está en modo “ídolo carismático”, sino más bien en ese lugar donde las arrugas, las miradas cargadas de culpa y el peso del pasado hablan por él. No necesita muchos parlamentos: su rostro lo dice casi todo. En sus gestos ves fatiga, desesperación, y el momento en que se juega, sin medias tintas, por los niños.

  2. Empatía instantánea gracias a los niños y el espacio claustrofóbico
    Al meter a los niños como personajes “presentes” (no solo cifras) y con un solo escenario que se va estrechando —el autobús, caminos bloqueados, humo, atascos— la película convierte cada segundo en algo vital. La cámara te empuja al asiento al lado de ellos, y cuando uno de esos niños tose, te tose a ti también.

  3. Estilo visual brutal
    Greengrass saca su artillería pesada: cámara que tiembla (a veces demasiado), planos fragmentados, planos cercanos que casi asfixian, escenas del fuego desde dentro y desde fuera. En algunos momentos parecía que el fuego era un personaje más —implacable, voraz, impredecible. En las escenas más intensas verdaderamente sentí el peligro. Algunos críticos lo llaman “experiencia visceral”.

  4. Consciencia del origen real y carga simbólica
    Saber que esto pasó de verdad le da un peso que no consigue cualquier película de desastre. No se limita a was.is-que-pobreza-humanidad-en-peligro; hay un pulso político, social, ecológico (aunque un tanto asfixiado) detrás. El cierre recuerda que no es “solo un accidente”, que hay responsables (la compañía eléctrica es mencionada).

Lo que me chirrió

  • La cámara nerviosa agota
    Al principio te envuelve, te mete el temblor, te asusta. Pero llega un punto en que ese estilo se vuelve agotador, casi una herramienta excesiva que distrae más que suma.

  • El guion pisa lugares muy previsibles
    Sí, lo admito: sabemos que el conductor tendrá redención; que el pasado lo va a perseguir; que la maestra sufrirá por sus alumnos… . Algunos diálogos suenan demasiado a “película” en vez de “gente real”.

  • Decisiones dramáticas dudosas
    En los tramos finales aparecen elementos que rozan el thriller de acción: carreteras bloqueadas, motines, lo que algunos llaman “lo que no pasó realmente”. Y eso parte un poco la premisa realista si te pones quisquilloso. (Según algunas fuentes, esos elementos son exageraciones respecto al hecho real)

  • El comentario ambiental es tibio
    Sí, se menciona que incendios como este tienen detrás un contexto —y se alude a la responsabilidad corporativa—, pero la película evita convertirse en un mea culpa climático agresivo. Le bastan pinceladas. Algunos esperábamos más ariete.

Pese a todo los aciertos ganan con goleada a los fallos. Es una película que pide que te entregues, que no seas espectador pasivo, porque el fuego no espera. Tu pulso salta, no siempre por el terror, sino por compartir el riesgo con los personajes. Y aunque en ocasiones me encontré pensando “esto ya lo he visto”, el corazón late cuando un niño suelta la mano, cuando una decisión errática podría costar todo, cuando McConaughey se arriesga aún sabiendo que puede caer.

El final no es redondo ni perfectísimo, pero me dejó con una mezcla de alivio, ira y tristeza: por lo real que fue, por lo que pudo hacerse mejor, por lo que seguimos permitiendo con nuestro mundo.

¿Vale la pena? Sí. No es perfecta, pero pocas producciones recientes me hicieron sentir tan cuesta arriba. Si te gusta lo crudo, lo humano bajo presión y que la vida no nos lo ponga fácil, este viaje vale. Pero entra sabiendo que vas al fuego con un traje parcialmente roto.

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