La casa de muñecas de Gabby: pura dulzura animada que sabe a algodón de azúcar

Hay películas que no se piensan, se sienten con el estómago lleno de chuches y los ojos pegados a una pantalla que brilla como si fuera una discoteca para gatos, eso es La casa de muñecas de Gabby: La película, un estallido de colorines, purpurina, gatitos y canciones que no se te van de la cabeza ni aunque quieras, es como meterse en una nube de azúcar a cámara rápida y dejarse llevar sin preguntas

La historia es sencilla como una canción infantil, Gabby se va de viaje con su abuela Gigi a Cat Francisco y, cómo no, su casita de muñecas mágica acaba en manos de una señora excéntrica que colecciona gatos como otros coleccionan sellos, ahí empieza la aventura que, más que aventura, es una excursión por los escenarios del merchandising, con sus paradas en la ternura, el color y los personajes que ya conoces si has visto la serie

Y ahí está el truco, porque esta película no intenta ser más que lo que ya era la serie, no busca sorprenderte ni reinventarse, no hay giros, no hay riesgos, no hay nada que haga que un adulto se emocione, pero sí hay una cosa clara: sabe a quién le habla y cómo, y lo hace con una precisión matemática, todo está diseñado para que funcione como un reloj de brillantina, desde los diálogos que parecen sacados de un libro para aprender a leer hasta los números musicales que podrían estar en bucle en el canal infantil de YouTube más visto del mundo

Gabby es un personaje amable, simpático, sin aristas, una heroína perfecta para los más pequeños, y su abuela Gigi, con la voz de Gloria Estefan, le da ese punto cálido que equilibra tanto azúcar, cuando canta parece que la película respira un poco y no todo es hiperactividad digital, y luego está la villana, Vera, interpretada por Kristen Wiig, que es más rara que mala, más coleccionista que amenaza, y que añade un poco de humor excéntrico que se agradece

Pero lo que se lleva el gato al agua, nunca mejor dicho, es el universo visual, cada plano es una fiesta de color, de rosa, de lila, de azul pastel, de gatitos con nombre, personalidad y frase pegadiza, todo está diseñado para que los niños alucinen, y lo hacen, porque esto es una película que no quiere contar una historia inolvidable, quiere ser un parque temático de la imaginación y lo consigue, aunque sea a costa de cansar a los adultos que la acompañan

El problema, si es que hay uno, es que el público objetivo no está tan claro como parece, por momentos parece dirigida a menores de cinco años, con sus preguntas directas a la cámara, sus canciones repetitivas, su tono de juego constante, pero por la intensidad de los estímulos, el exceso de animación, el salto entre realidad y mundo animado, la película puede saturar a los más pequeños y dejar fríos a los que ya tienen cierta madurez audiovisual, es un limbo infantil, ni demasiado tonta ni suficientemente compleja, que deja a algunos fuera del juego

Eso sí, si eres fan de la serie, esto es un regalo, porque no se han dejado nada fuera, están todos los personajes, las reglas del universo, el tono, la estética, la lógica de la casa de muñecas, es como ver un capítulo muy largo y con presupuesto, que no es poco en un mercado donde todo se reinventa o se destruye en busca del próximo fenómeno viral

Y ahí está la clave, La casa de muñecas de Gabby no es un fenómeno, es una consolidación, es la confirmación de que este tipo de cine existe para reforzar un vínculo ya creado entre niños y personajes, es una pieza más en el engranaje de una marca que funciona porque no decepciona, no molesta, no rompe nada, y a veces eso es suficiente para triunfar

No es una película que vayas a recordar por su historia, ni por sus diálogos, ni por sus giros, es una película que recordarás porque tu hijo se quedó hipnotizado, porque cantó una canción al salir del cine, porque te pidió una casa de muñecas de cumpleaños, y porque tú, por un momento, también entraste en ese mundo donde todo brilla, todo canta, todo maúlla, y todo está bien

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