Bueno —tenemos que hablar de Un fantasma en la batalla (2025), dirigida por Agustín Díaz Yanes, y lo hago como cuando te cuento algo fuerte que me ha removido: sin vueltas, consciente de que no es perfecta, pero también sabiendo que muchas cosas funcionan.
Desde el primer momento la película te mete en una historia que parece de acero frío y gritos ahogados: una joven guardia civil, Susana Abaitua como Amaia, se infiltra durante más de una década en la organización terrorista ETA para localizar “zulos”, escondites de armas y explosivos en el sur de Francia. Esa premisa ya te tensa el cuerpo antes de que suene la primera bala. Según el director, está basada “en las vidas y experiencias de varios miembros de la Guardia Civil directamente involucrados” en esa guerra silenciosa.
Lo primero que quiero decir: esta es una película que sí asume que lo que va a contar duele. Lo noto en el tono seco, en el minimalismo de algunos diálogos, en esos silencios que pesan más que los tiros. Una escena tras otra te hace pensar “esto no es un thriller ligero”: es parte de una memoria colectiva que aún late. Como expone una crítica, es “un largometraje sobrio y respetuoso, que recupera la memoria de una etapa brutal de la historia reciente” de España.
¿Qué funciona muy bien?
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El personaje de Amaia: Abaitua lo sostiene con firmeza, mezcla de vulnerabilidad y de acero, y se ve que no le sobra ninguna escena. La tensión de “ser yo y tener que ser otra todo el rato” la atraviesa y te lo crees.
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La atmósfera de amenaza constante: aunque pases por zonas más pausadas, la idea de “voy con doble vida, me pueden descubrir en cualquier momento” está bien plasmada. Se agradece que no caiga siempre en el espectáculo de explosiones: hay más tarde que ruido.
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La mirada femenina en un contexto muy masculino: el director deja que el personaje femenino tenga un peso real, no solo como “la infiltrada guapa”, sino como alguien que paga un precio emocional y psicológico muy alto. Las críticas lo han destacado como parte clave de su valor.
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Introducir material “documental” de archivo, como reportajes reales de atentados o secuestros, para darnos contexto más allá de la ficción. Eso le da un plus de credibilidad.
Ahora bien —porque siempre hay un “pero”— qué es lo que me chirría un poco.
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A pesar del gran arranque, en algunos momentos la película pierde un poco de inmediatez, de tensión narrativa sostenida. Según un crítico, “la película es seca, algo mecánica … sin lograr del todo” lo que pretende en esa parte.
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El desarrollo de personajes secundarios se queda un tanto plano. Algunas reacciones o alianzas aparecen sin que te exploren demasiado el “por qué” interno, lo que deja la película menos rica de lo que podría haber sido.
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Si bien se entiende el enfoque de “mostrar hechos”, a veces se queda en el repaso más que en la exploración profunda: el “emocional” podría haber ido todavía más hondo. Como decía una crítica: “es algo mecánica … no revela nada demasiado profundo acerca del universo que retrata”.
Entonces, ¿qué clase de experiencia es? Es una película que no te va a dejar indiferente si te interesa el tema, si valoras un cine que no es cómodo, que te recuerda que hubo sangre, miedo, identidad ambigua y una lucha prolongada. Pero si esperas un thriller al 100% con ritmo de vértigo y personajes que desborden cada escena… puede que te quedes con la sensación de que se quedó un poco corto.
Me parece que Díaz Yanes ha logrado algo admirable: volver a relevancia tras años sin rodar, y hacerlo con un tema tan serio sin largarse en artificios o en “cine‑de‑acción” fácil. Como él mismo dijo: “No debemos hacer películas para cambiar el mundo”, pero sí para que algo quede.
Y algo que no quiero pasar por alto: cuando una película aborda un episodio como este —infiltraciones en organizaciones terroristas, la frontera Francia‑España, años ’90‑2000— con el respeto que merece, con el formato de “thriller político” pero sin violencia gratuita, pues ya es signo de algo. Las víctimas están ahí. Las heridas siguen. El hecho de que exista una versión cinematográfica que lo trate así es, para mí, un plus.
Para resumir en sensaciones: me voy con el pulso acelerado, con un nudo en la garganta en ciertos momentos, me quedo pensando que Amaia/hombres y mujeres como ella merecen una historia contada así. Pero también salgo sabiendo que la película no se arriesga siempre al máximo. No explota todas las capas que podría. Aun así, para mí, merece mucho la pena.
Si tuviera que encasillarla para que tú se decidas, si eres de los que buscan “una buena película española que cuente algo que importa y que te haga pensar”, sí: ve a verla. Si eres de los que esperan “acción sin pausa + personajes archi desarrollados + giros sorpresa”, quizá la veas con expectativas ajustadas.