
Hablemos sin rodeos: esta nueva entrega de terror no es para meterla en la categoría “la típica secuela que solo existe para sacar pasta”. Al contrario, Black Phone ya lo había hecho bastante bien, y con Black Phone 2, el director Scott Derrickson da un giro que —al menos en muchos momentos— funciona.
La conversación incómoda que hace que no quieras apagar el móvil
La película parte de un buen punto: cuatro años después de aquel trauma original, Finney Blake (Mason Thames) lleva su vida con las cicatrices aún abiertas, y su hermana pequeña Gwen (Madeleine McGraw) entra en juego con visiones y un teléfono negro que no deja de sonar —literal y simbólicamente. La amenaza ya no es únicamente el secuestrador físico del primer film: el mal ahora se vuelve onírico, se mete en sueños, cambia de escenario. Así que sí: esto es otro rollo.
Y aquí está lo que me gusta mucho: la atmósfera. Derrickson no se conforma con apretar el botón del susto fácil, baja los colores, mete una textura granulada tipo cinta VHS, sonidos distorsionados… la sensación es que estás viendo algo que no deberías ver. Claro, esto ya se comenta por ahí como acierto.
Y el villano: Ethan Hawke vuelve como “The Grabber” pero ahora con una máscara más grande, más grotesca, más teatral — y cuando mueve la boca dentro de la máscara o habla de “fondo de pozo de pecado”, da frío.
Donde el experimento marca puntos y donde cojea
Vale, vamos al tema más peliagudo: hay cosas que funcionan y otras que chirrían.
Lo que funciona:
- 
El cambio de escenario al campamento invernal (Alpine Lake) le da al film una fresh air distinta. Esa tormenta de nieve, ese aislamiento… funciona para el horror. 
- 
El enfoque en el trauma: no solo “mira al malo”, sino “mira lo que le pasa a los que sobrevivieron, lo que quedó por dentro”. Precisamente Derrickson lo dijo: “No me interesa una alegoría más, me interesan los que fueron traumatizados”. 
- 
Visualmente es estilizada. Cuando Gwen sueña o está entrando en contacto con lo sobrenatural, el lenguaje visual pega. 
- 
La interpretación de Hawke como villano más grande que antes, y McGraw sosteniendo bastante bien el peso emocional de su papel. 
Lo que no termina de convencer:
- 
La duración se acerca a las dos horas, y el segundo acto, se hace algo lenta. Y cuando una secuela decide “más grande” pues también corre el riesgo de diluir parte del impacto concentrado que tenía la primera. 
- 
Aquí sí: el homenaje a clásicos como A Nightmare on Elm Street o slasher de campamento (ese “LAKE” en “Alpine Lake” lo hace obvio) se vuelve muy evidente. Algunos lo verán como guiño divertido; otros como falta de originalidad. 
- 
Si no viste bien la primera o no la recuerdas, puedes entrar un poco tarde en la trama de esta segunda. Algunas críticas dicen que “te costará horrores entrar en la trama”. (Sí, lo leí) 
Mi veredicto al fin
Entonces, ¿vale la pena? Sí, pero con matices. Si te enganchó la original —ese terror crudo, casas olvidadas, ese sótano, ese teléfono que llamaba sin voz—, si te gusta el horror que atrás del susto busca algo de alma, entonces esta secuela te va a dar lo que esperas. Te va a dar atmósfera, algún sobresalto serio, un villano memorable.
Pero ojo: si eres de los que buscan “terror puro y concentrado” tipo misil, puede que la película te deje un poco con la sensación de “podría haber sido menos extensa / más ágil”. Y si te acercas sin haber visto la primera, quizá flipes menos con lo emocional interno.
Para mí la ganadora está en cómo expande el universo de la primera: añade visiones, sueños, herencia familiar, poderes extrasensoriales… y eso le da un peso. No es sólo “otra película de asesino enmascarado que mata campistas”. Aquí el campista es parte del trauma, del pasado, del legado. Y eso se agradece.
Así que sí — ésta es una secuela que sí te “debería” gustar… aunque también es cierto que no logra reinventar el género. Lo que hace lo hace bastante bien, pero no se arriesga al vacío total. Y eso no es malo.