
La década de 1980 no fue solo un periodo temporal; fue un estado de ánimo. En la industria del entretenimiento, y específicamente en el género de acción, se vivió una singularidad irrepetible: el nacimiento del “One Man Army” (el ejército de un solo hombre). El cine de aquellos días nos regaló una testosterona estilizada, explosiones prácticas y héroes que, con una sola frase lapidaria, definían una generación. Sin embargo, entre todos los clásicos que veneramos hoy —desde Depredador hasta La jungla de cristal— existe un “fantasma”, una película que nunca se rodó y que, sobre el papel, habría sido el evento cinematográfico más grande del siglo XX.
Hablamos del ambicioso plan de Kurt Russell para reunir a los cuatro jinetes del apocalipsis de la acción en un solo metraje. Una idea que, lamentablemente, llegó demasiado pronto.
La era de los dioses de acero
Para entender la magnitud de lo que Kurt Russell proponía, hay que contextualizar el estatus de las estrellas involucradas. No eran simples actores; eran marcas registradas que garantizan taquillazos globales.
Por un lado, estaba la rivalidad titánica entre Sylvester Stallone y Arnold Schwarzenegger. Eran el yin y el yang de la fuerza bruta; Sly aportaba el tormento del veterano (Rambo) y el corazón del luchador (Rocky), mientras que Arnie era la máquina imparable, la perfección física y el carisma robótico (Terminator, Commando).
Por otro lado, a finales de la década, emergió Bruce Willis. Con Die Hard (1988), rompió el molde del culturista invencible para presentar al héroe vulnerable, sarcástico y “humano” que sangraba y se equivocaba.
Y finalmente, el propio Kurt Russell. A menudo subestimado, Russell era el camaleón carismático, el antihéroe por excelencia gracias a su colaboración con John Carpenter en 1997: Rescate en Nueva York o Golpe en la Pequeña China. Russell era el nexo, el único con la visión periférica suficiente para ver más allá de los egos.
El concepto: un “Marvel” realista antes de tiempo
Según reveló Russell años después, su visión no era un simple cameo compartido. Él había maquetado mentalmente una película coral donde él, Stallone, Schwarzenegger y Willis compartirían protagonismo equitativo.
La premisa, aunque nunca se filtró un guion completo, apuntaba a un equipo de élite de especialistas, cada uno con un rol definido, enfrentándose a una amenaza que ninguno podría resolver por separado. Russell describió la idea con una lucidez profética: “Habría sido glorioso. Algo como lo que ahora hace Marvel, pero en versión realista”.
El actor entendía el concepto de “universo compartido” décadas antes de que Kevin Feige lo convirtiera en el estándar de la industria. Imaginad la táctica de Rambo, la fuerza de Terminator, la resistencia de John McClane y la astucia de Snake Plissken operando en el mismo plano secuencia. El público de 1989 habría enloquecido.
Curiosamente, la única vez que logramos ver a tres de estos cuatro titanes unidos en los 90 no fue en una película, sino en una cadena de restaurantes. Stallone, Willis y Schwarzenegger se asociaron para lanzar Planet Hollywood en 1991, demostrando que el negocio podía unir lo que el arte no logró.
Tuvimos que esperar hasta 2010 para que Stallone, ya en su etapa de madurez reflexiva, rescatara esa idea con Los Mercenarios (The Expendables). Allí vimos la reunión, e incluso el famoso cameo de los tres en la iglesia. Fue un momento histórico y emocionante, sí, pero tenía un sabor a despedida, a homenaje crepuscular.
El proyecto de Kurt Russell, de haberse realizado en 1989 o 1990, no habría sido un homenaje; habría sido una demostración de fuerza bruta en el prime físico y actoral de las cuatro mayores leyendas del género. Un “qué hubiera pasado” que seguirá persiguiendo a los amantes del cine de acción para siempre.