
Si alguna vez has pensado que ya lo sabías todo sobre el final del nazismo porque te tragaste el documental de rigor en el colegio, te pido que te sientes y te tomes algo, porque Núremberg no es la típica lección de historia con olor a naftalina. James Vanderbilt, que ya nos voló la cabeza adaptando el guion de Zodiac, se mete aquí en un jardín pantanoso: no le interesa tanto el estrado ni las togas, sino lo que pasaba en la penumbra de las celdas, en ese duelo de mentes que parece una partida de ajedrez donde el tablero es la propia cordura humana. Olvida el drama judicial al uso; esto es un thriller psicológico de alto voltaje que te hace preguntarte si el monstruo nace o se hace, y lo peor de todo, si ese monstruo se parece a ti más de lo que te gustaría admitir.
El corazón de esta bestia es el enfrentamiento entre el psiquiatra Douglas Kelley y el jerarca nazi Hermann Göring. Y aquí es donde tengo que ponerme en pie y aplaudir hasta que me duelan las manos por Russell Crowe. Olvidaos del Gladiator que gritaba en la arena; el Crowe de 2025 es un coloso de la interpretación que ha entendido que para dar miedo no hace falta rugir, sino mirar con una paz que hiela la sangre. Su Göring no es una caricatura de villano de opereta, es un tipo manipulador, brillante y con una mirada de “padrazo” que genera una disonancia cognitiva brutal cuando recuerdas que es el responsable de millones de muertes. Verlo devorar la pantalla frente a un Rami Malek que interpreta a Kelley con esa intensidad nerviosa y casi febril —ese sello de la casa de Malek que aquí encaja como un guante— es asistir a una clase magistral de actuación.
La película se basa en el libro El nazi y el psiquiatra y se nota que Vanderbilt ha querido huir del academicismo aburrido. El ritmo es frenético, casi de cine clásico estadounidense, apoyado por una música de Brian Tyler que te martillea las sienes. Pero claro, en este afán por hacerlo “comercial” y “digerible”, a veces el director mete la pata hasta el fondo. Hay momentos en los que el tono parece más propio de una película de superhéroes o de un thriller de aeropuerto que de un drama sobre el Holocausto. Ver a Malek pavonearse con chaqueta de cuero como si fuera un genio incomprendido de Silicon Valley mientras se intercalan imágenes reales de los campos de concentración es un choque tonal que te deja un sabor de boca extrañísimo. Es como si Michael Bay intentara rodar algo serio y no pudiera evitar poner a gente corriendo bajo la lluvia para entregar documentos cruciales en el último segundo.
Aun así, lo que me atrapó de verdad fue la tesis de Kelley: la idea de que la banalidad del mal no es un eslogan, sino una realidad aterradora. El psiquiatra busca la “mancha” en el cerebro de los nazis, el defecto biológico que los hace diferentes a nosotros, y lo que encuentra es que son terriblemente normales. Ese aislamiento y esa depresión que consumen a Kelley a medida que comprende que la historia puede repetirse en cualquier esquina es lo que le da a la película una vigencia inquietante. Eso sí, prepárate para el “patriotismo” de siempre: si esperas ver a los rusos o a los franceses haciendo algo relevante en el juicio, espera sentado. Aquí los que salvan la civilización son los americanos y sus primos británicos, mientras los demás parecen estar allí para rellenar las sillas del decorado. Un ninguneo histórico que ya huele, James, de verdad.
A pesar de sus diálogos masticados para Wikipedia y de ese afán por buscar la lágrima fácil en un final que se alarga más que un domingo sin fútbol, la película funciona por su fuerza bruta. Michael Shannon está inmenso como el fiscal Jackson y Leo Woodall demuestra que tiene madera de estrella incluso como intérprete secundario. Al final, Núremberg es una película que te va a molestar y te va a fascinar a partes iguales. Es un recordatorio necesario de que la justicia no es solo un veredicto, sino el esfuerzo por entender por qué dejamos que el infierno se instalara en la tierra. No es perfecta, a veces es hasta frívola, pero tiene a un Russell Crowe resucitado que justifica cada céntimo de la entrada y cada minuto de las dos horas y media de metraje.