Yo no sé tú, pero cuando escuché que volvían con “Sé lo que hicisteis el último verano” me vino una mezcla de nostalgia, sospecha y esa vocecita interna que dice: “¿otra vez van a destrozar mi adolescencia?”. Porque ya sabemos cómo va esto: agarras una franquicia noventera, le metes un par de actores nuevos con mandíbula perfecta, cuatro referencias vintage para que los boomers nos sintamos jóvenes otra vez, y hala, a correr. Pero oye… contra todo pronóstico, salí del cine más entretenido que cabreado, y eso, en estos tiempos de reboots infames, ya es decir mucho.
Vale, lo primero que me sorprendió: no es un remake al uso. Esta versión 2025 de Sé lo que hicisteis el último verano es más una secuela encubierta con alma de reboot, como si intentara reconciliar generaciones sin que se note demasiado el pegamento. Y curiosamente, le funciona. El tono sigue siendo el de un slasher veraniego de manual, con sus adolescentes hormonados, sus decisiones estúpidas y su asesino con herramienta de jardinería, pero esta vez hay un poco más de autoconciencia, como si supiera que está jugando con códigos ya sobadísimos y decidiera reírse un poco de sí misma.
Lo que engancha desde el principio es esa mezcla entre lo reconocible y lo nuevo. Sí, vuelven Jennifer Love Hewitt y Freddie Prinze Jr., y sí, están más mayores (como nosotros), pero aportan un carisma melancólico que no chirría. De hecho, el guion se apoya bastante en esa nostalgia sin explotarla hasta la náusea. Su aparición no es solo un cameo simbólico, sino que tienen peso, tienen trauma, y hasta tienen secretos. Uno de ellos especialmente sabroso, pero ya hablaremos de eso.
El grupo nuevo, por su parte, cumple lo justo. Tienen química, se mueven entre lo arquetípico (la chica lista, el ligón, el friki entrañable, la influencer odiosa) y lo ligeramente subversivo. Hay una muerte especialmente creativa que involucra una moto acuática y un anzuelo gigante que hizo a media sala soltar un “¡hostia!”. Y aunque algunas interpretaciones son más planas que una tabla de paddle surf, en conjunto funcionan. Lo importante aquí no es si actúan como dioses, sino si gritan bien. Y gritan. Gritan bastante.
Ahora, el asesino. O mejor dicho, la identidad del asesino. Aquí la cosa se pone interesante. Porque si esperas que sea simplemente “el loco del gancho” de toda la vida, estás jodidamente equivocado. El guion mete un par de giros bien planteados, con pistas aquí y allá, que culminan en una revelación bastante jugosa: la víctima de antes ahora es verdugo. Y no sólo eso: uno de los personajes originales también se pasa al lado oscuro. No diré quién, pero ya te adelanto que no lo ves venir… o al menos no lo quieres ver venir. Es como si el pasado les hubiera podrido poco a poco, como si ese verano maldito del 97 no hubiera terminado nunca.
En cuanto a lo visual, el film es un caramelo envenenado. Fotografía cálida, cielos naranjas, cuerpos brillantes por el sudor, pero todo envuelto en una atmósfera amenazante, como si el sol no pudiera esconder el hedor de la muerte que se cuece bajo la superficie. Hay sangre, sí. Pero no es gratuita. Cada muerte está medida, tiene su espacio, y está rodada con gusto. Nada de esas elipsis cobardes donde la cámara se gira en el momento justo. Aquí se ve, se oye, se siente.
Y lo mejor: no intenta ponerse filosófica. No hay monólogos trascendentales sobre el trauma, ni subtramas psicoanalíticas de baratillo. Esto es un slasher, y lo sabe. Hay una lección sobre las consecuencias de nuestros actos, claro, pero no se regodea. Aquí se corre, se sangra, se sospecha de todo el mundo y se sufre con estilo. Lo justo y necesario.
Lo único que flojea un poco es el ritmo en el segundo acto, cuando el grupo se dispersa y empiezan a estirarse las escenas de sospecha mutua. A veces parece que quieren hacer un “Cluedo” con adolescentes, y se alarga un pelín más de la cuenta. Pero luego llega el tercer acto, se desata la tormenta (literalmente), y todo se va al infierno de la forma más gloriosa posible.
Y el final. Ay, el final. Ese plano final con la cámara alejándose mientras alguien recoge algo del suelo que no debería estar ahí… ese final que te hace pensar que igual esto no ha terminado del todo. Lo de siempre, pero con estilo. Y con malicia.