Hay series que se ven con palomitas y hay series que te las hacen atragantar. “Dos tumbas” no es de las que se disfrutan, es de las que se sienten en el pecho. Una miniserie con forma de cuchillo: pequeña, precisa y afilada. Solo tres episodios, pero vaya viaje.
Todo arranca con una tragedia: dos adolescentes desaparecidas, dos años de silencio institucional, y una familia rota. Pero en vez de quedarse llorando en casa, Isabel, la abuela de una de las chicas, se pone el mundo por montera y decide buscar la verdad por su cuenta. Porque cuando ya lo has perdido todo, ¿qué más te pueden quitar?
Y aquí es donde la cosa despega. No estamos ante la típica señora mayor de telefilm, no. Kiti Mánver construye a una Isabel que es puro acero oxidado: llena de ternura, pero también de furia contenida. Su interpretación es un torbellino que arrasa con todo. No actúa, arde. Y tú ardes con ella.
Lo que parece un thriller criminal va mutando en algo más visceral. La serie no va solo de encontrar culpables, va de entender qué significa el dolor cuando el sistema te ignora, cuando la ley ya no tiene nada que ofrecerte. Y lo hace con una narrativa que no da tregua: aquí no hay relleno, ni subtramas de adorno, ni esa lentitud que mata tantas producciones. Esto va al grano y no te suelta.
Visualmente, la serie juega con un contraste brutal: paisajes luminosos, cielos azules, pueblos blancos… mientras debajo hierve la oscuridad. Es como si el sol andaluz fuera una lámpara de interrogatorio, obligando a los personajes a enfrentarse a lo que no quieren ver. La atmósfera está cargada de tensión, de silencios largos y miradas que pesan más que los diálogos.
El elenco secundario acompaña bien. Álvaro Morte, con un acento andaluz sorprendentemente creíble, se convierte en un antagonista que es más sombra que persona. Y Hovik Keuchkerian, cómo no, aporta esa presencia que impone sin necesidad de levantar la voz. Pero no nos engañemos: esta historia es de Isabel, y los demás orbitan a su alrededor.
¿Lo malo? Bueno, alguno que otro giro de guion se siente más impuesto que orgánico, y en algún momento la intensidad dramática roza lo paródico. Pero da igual. Porque el corazón de “Dos tumbas” late con fuerza, y eso lo tapa todo. Esto no es una serie perfecta, pero es una serie viva.
“Dos tumbas” te deja con esa pregunta jodida que se queda dando vueltas en la cabeza: ¿Hasta dónde estarías dispuesto a llegar por alguien que amas? Y la respuesta no es cómoda. Pero tampoco lo es el mundo que muestra.