Crítica de Eddington: El descenso más brutal al corazón podrido de la sociedad.

Hay películas que no se ven: se sobreviven. Eddington es de esas. Una olla a presión que Ari Aster ha llenado de peste social, paranoia política, ira acumulada y un humor negro que duele más de lo que hace reír. Y lo digo como elogio. Aunque a veces también como advertencia.

Lo primero que tienes que saber es que esto no es “otra de Ari Aster”. Esto es Ari Aster desatado. Es como si alguien le hubiera dicho: “Haz lo que te dé la gana”, y el tipo hubiese respondido: “Vale, pero luego no lloréis”. Porque aquí no hay rituales ni casas encantadas: hay pandemias, elecciones, teorías de la conspiración, racismo, redes sociales, violencia simbólica y literal, y, por supuesto, un sheriff desencajado que parece un cruce entre Travis Bickle y tu cuñado el antivacunas. Joaquin Phoenix está inconmensurable, se mete tan dentro del personaje que a veces parece que se está desintegrando delante de tus ojos.

Eddington arranca como un western político pasado por el filtro de la pandemia. Un pueblucho en Nuevo México, un sheriff que no se pone la mascarilla, un alcalde que quiere ganar votos a base de demagogia barata, y una comunidad a punto de estallar. Todo eso lo rueda Aster con un pulso que parece contenido, pero que sabes que en cualquier momento va a reventar. Y vaya si revienta.

Porque la segunda mitad de la peli es una locura. Una jodida estampida. Cambia el ritmo, cambia el tono, cambian incluso las reglas del juego. Lo que era sátira se vuelve pesadilla, lo que era comedia se convierte en tragedia, y lo que creías que estabas viendo se convierte en otra cosa. Es como si te arrancaran la silla de debajo justo cuando te estabas acomodando.

Y sí, hay quien dirá que la película se le va de las manos. Que pierde el norte. Que se traiciona. Y puede que tengan razón. Pero también es cierto que Aster no quiere darte una moraleja: quiere zarandearte, hacerte mirar el caos de frente y preguntarte qué parte de ese desastre llevas dentro. Porque lo que retrata Eddington no es el COVID, ni la América profunda, ni la polarización. Es la estupidez colectiva. El miedo. La fragilidad de nuestra civilización. El momento en que el sistema falla y todos queremos un líder, un culpable o una excusa. Lo que sea con tal de no pensar.

Y en medio de esa tormenta, Aster mete un edificio llamado SolidGoldMagikarp, una referencia tan friki como brutal. Porque sí, también habla de inteligencia artificial, de los sistemas que colapsan cuando se enfrentan a lo incomprensible. Como nosotros. Como este mundo. Como esta peli.

No te voy a engañar: Eddington no es para todos. Es densa, violenta, mutante. Hay que entregarse a su lógica demente, dejarse llevar por sus giros, por su amargura, por su lucidez envenenada. Pero si entras en el juego, si aguantas el tirón, es posible que salgas del cine con una mezcla rara de rabia, tristeza y claridad. Como si alguien te hubiese pegado una bofetada para despertarte.

Y eso, en estos tiempos de anestesia constante, es casi un acto revolucionario.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *