Black Rabbit, una agradable sorpresa

Te cuento: desde el primer episodio, Black Rabbit se presenta como una bestia hambrienta. Una atmósfera densa en Nueva York, luces contrastadas, secretos familiares en sombras y un restaurante que parece una fortaleza a punto de quebrarse. Te enganchas pensando “esto va a explotar”, y muchas veces lo hace… solo que no del todo con esa potencia visceral que espero. Pero joder, el viaje sí tiene momentos que arden.

Mis sensaciones: amor y frustración al mismo tiempo

Desde ya te aviso: no es una serie perfecta, pero sí con ambición. Lo que más me atrapó:

  • La premisa es seductora: dos hermanos opuestos, uno logrado, el otro hundido, obligados a coexistir cuando los fantasmas del pasado regresan. Eso da juego.

  • Las actuaciones… tienen garras. Jason Bateman y Jude Law se disputan la pantalla con intensidad. En los mejores momentos, esos silencios entre ellos dicen más que mil diálogos.

  • El diseño visual, la iluminación, la pulcritud en los encuadres — tienen estilo. El New York de Black Rabbit parece sacado de un thriller contemporáneo con músculo.

  • Y la música: carga emocional, elegida con cuidado, que refuerza esos instantes tensos.

Pero —porque siempre hay un pero— muchas veces la serie se desgasta por querer abarcarlo todo:

  • Los personajes secundarios quedan aplastados bajo el peso de la trama principal. Quiero saber más de cada uno, pero casi siempre solo los vemos como piezas que deben mover el tablero.

  • Las decisiones absurdas o reiterativas. A veces los personajes hacen lo más loco que sabes que va a joder todo, solo para avanzar la tensión. Es el recurso fácil.

  • El ritmo se desgarra. Algunos episodios se sienten alargados, con tramas que se estiran más de lo necesario. La serie insiste en que debe haber un pico dramático constante, y eso termina debilitando el efecto.

  • El tono sombrío constante puede volverse agotador. Las emociones negativas acumulan sin ofrecer demasiado respiro redentor.

Lo que funciona mejor — y lo que no

Lo que salva Black Rabbit cuando acierta:

  • Escenas entre los hermanos donde la tensión es casi física: miradas, silencios, heridas que no se cierran.

  • Momentos puntuales de violencia o enfrentamientos donde la serie logra su latido fuerte, cuando todo parece a punto de estallar.

  • Algunos giros de trama bien plantados que retuercen lo que creías ver venir.

Lo que se queda corto:

  • Que el clímax no siempre justifica el trayecto. Sientes que después de tantos sobresaltos, la recompensa emocional es tibia.

  • La ambición de tocar tantos temas (trauma familiar, adicciones, poder, negocios, lealtades) diluye el foco.

  • Que Jude Law a ratos parece estar interpretando otro guion, intentando encajar una estética de dureza que no siempre le sienta natural.

  • Que el cierre encaje demasiado como “final de miniserie” y no como un punto que abriera posibilidades interesantes.

¿Para quién vale la pena?

Si te gustan los thrillers con tensión familiar, ambientaciones oscuras y estás dispuesto a perdonar desvíos narrativos, Black Rabbit te va a dar momentos que valen la pena. No obstante, si buscar algo más redondo, emocionalmente contundente y sin concesiones, se va a quedar corto.

Para mí, es una serie de esas que amas odiar o admiras por su ambición, aunque no siempre cumpla. No me arrepiento de haberla visto, pero me quedo con ganas de que su versión 2.0 devolviera lo que la 1.0 no se atrevió del todo.

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