El Vengador Tóxico vuelve… se disfruta y se olvida

Lo reconozco: fui al cine con las expectativas muy controladas. Sabía que esto no iba a ser la Troma que nos sacudía con su mala leche y su gore artesanal. Pero esperaba, al menos, un poco de ese aroma a fanzine grasiento, de película hecha con dos duros y cero vergüenza. Lo que me encontré fue una versión domesticada, tibia y extrañamente limpia de uno de los héroes más guarretes que nos regaló la serie B de los 80.

Ni risas delirantes, ni sangre con tropezones, ni crítica social desquiciada. Aquí lo que hay es un producto que quiere ser muchas cosas a la vez —Marvel, Deadpool, Stranger Things, incluso un drama familiar indie— y no consigue ser ninguna.

La película que quiere ser loca pero no se atreve

Peter Dinklage interpreta a Winston Gooze, un conserje de buen corazón, viudo, enfermo terminal, y en el fondo un tipo sin suerte que, por una movida tóxica de laboratorio, se convierte en una especie de Hulk de fregona mutante. Hasta aquí, bien. Pero entonces empieza el problema: la película tiene miedo de su propio vómito.

Dónde falla a lo bestia:

  • No hay alma Troma. El original era pura escoria brillante: desagradable, obsceno, provocador. Aquí todo parece un mal cosplay de sí mismo, con CGI barato que ni siquiera intenta disimular su flojera.

  • Los personajes secundarios están metidos con calzador. Hay una periodista, un grupo de malos ridículos, una especie de jefe mafioso-corporativo (Kevin Bacon haciendo lo que puede)… pero nadie tiene peso real.

  • El humor no funciona. Y eso es imperdonable. Ni es tan absurdo como para abrazar lo cutre, ni es sarcástico, ni gamberro de verdad. Es una comedia blandita que intenta provocar sin mancharse las manos.

  • La acción es confusa. Las peleas parecen hechas por un editor borracho de TikTok, con cortes y efectos digitales que marean más que entusiasman.

  • La historia no tiene garra. En vez de ir a saco con la crítica social (la corrupción, el capitalismo salvaje, la marginación), lo insinúa todo… y luego se olvida.

Lo que se salva (aunque sea a rastras)

No todo es ruina radiactiva. Hay cositas que al menos se agradecen:

  • Peter Dinklage hace lo que puede con lo que le dan. Tiene carisma, eso no se pierde. Aunque verlo en modo bicho tóxico da más pena que miedo.

  • Algunas ideas visuales, cuando no están saturadas de CGI, tienen encanto de tebeo underground.

  • El gore, aunque digital, intenta ser grotesco. Pero claro, lo hace con guantes de goma.

¿Es un tributo, un remake o un accidente genético?

Aquí está el gran lío. Si lo vendes como tributo, entiendo que no quieras repetir exactamente lo mismo. Pero si lo despojas de todo lo que hacía especial a El Vengador Tóxico, ¿qué te queda? Una versión aséptica y políticamente correcta de algo que jamás debió serlo.

Hay quien defiende que si no la comparas con la original, se disfruta más. Pero eso es como decir que disfrutes una tortilla sin huevos si no la comparas con una de verdad. El problema no es que no esté a la altura: es que no tiene esencia, ni identidad, ni el más mínimo atrevimiento.

El resultado final

Lo peor que le puede pasar a una película como esta no es que sea mala… es que sea mediocre. Ni horrible, ni memorable. Un puré sin sal que se disfraza de dinamita. Lo irónico es que, en lugar de dinamitar el género de superhéroes desde dentro, se convierte en otro clon más, pero con un disfraz verde y feo.

El Vengador Tóxico (2025) no es irreverente, no es salvaje, no es libre. Es una broma contada por alguien que no se atreve a reírse. Un Frankenstein sin chispa.

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