La infinita emoción extraterrestre de “La Llegada”

La llegada

La llegada

La vida es tan maravillosa, que a veces parece de mentira. Vale que está plagada de crueldades, miserias y punzadas en el corazón, pero cuando coincides con tipos como Denis Villeneuve, todo cobra más sentido. Nunca hemos visto un trabajo del director canadiense que no haya merecido la pena. De hecho, cada una de sus obras va un poco más allá en la búsqueda de los secretos más ocultos de la psique y la emocionalidad humana. Ya sea revestida de una pérdida, la búsqueda de un pasado, un desgraciado accidente o el tráfico de drogas, lo único cierto es que el viaje que nos propone Villeneuve siempre llega a lo más profundo. Prisoners, Incendies, Enemy o Sicario así lo demuestran.

En el caso de La llegada, la excusa es la llegada de varias naves alienígenas. Cuando naves extraterrestres comienzan a llegar a la Tierra, los altos mandos militares contratan a una experta lingüista (Amy Adams) para intentar averiguar si los alienígenas vienen en son de paz o suponen una amenaza. Conforme la mujer aprende a comunicarse con los extraterrestres, comienza también a experimentar flashbacks extremadamente realistas que llegarán a ser la clave que dará significado a la verdadera razón y gran misterio de esta visita extraterrestre…

Así se nos presenta la que, sin miedo a equivocarnos, podría ser la mejor película de ciencia ficción del nuevo milenio. Nunca una cinta de extraterrestres se había gestionado con semejante lógica. Puede que sea la primera ocasión en la que nos creemos todos y cada uno de los pasos dados en la gestión de la crisis alienígena. Así transcurren dos tercios de película que nos cautivan con su audacia, su increíble puesta en escena y una inteligencia asombrosa. Mientras, insensatos de nosotros, pensamos que la cosa no puede mejorar más.

Complejo de una manera lírica, el último acto de La Llegada es un ejercicio cinematográfico de esos que se recuerdan para siempre. No se puede aspirar a más que a clavarse en el alma. Eso es lo que hace Denis Villeneuve con la cooperación de una brillante Amy Adams cuya mirada se convierte en un torbellino de humanidad. Hay algo profundo y cautivador en ese fascinante pasaje que nos hace recordar aquella Constante de Lost. Simplemente, una obra maestra.

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