En julio de 1999 se estrenaba en cines una película que haría historia sin necesidad de grandes efectos especiales, actores conocidos ni un presupuesto millonario. Hoy, 26 años después, The Blair Witch Project sigue siendo un referente para los amantes del género. Detrás de su estética casera y su atmósfera angustiosa hay una historia igual de fascinante que la propia cinta.
Todo comenzó en 1993, cuando dos estudiantes de cine, Daniel Myrick y Eduardo Sánchez, se conocieron en la Universidad de Florida Central. Ambos compartían una pasión por el terror, y empezaron a desarrollar una idea sencilla pero poderosa: un grupo de personas se adentra en el bosque, encuentra una casa misteriosa… y no puede resistirse a entrar.
Durante años fueron puliendo la idea. No se conformaron con un relato genérico: crearon una leyenda completa en torno a una figura sobrenatural a la que llamaron The Blair Witch. Para producir la película, fundaron con tres amigos la compañía Haxan Films, nombre que tomaron prestado del clásico mudo sueco Häxan (1922), un documental sobre brujería y superstición.
Con la historia y la mitología ya construidas, intentaron vender el proyecto. Pasaron por varios despachos. En Miramax les dijeron que no tenía futuro, que no haría dinero. No fue hasta que Artisan Entertainment apostó por ellos que lograron avanzar, aunque los hicieron esperar tres largos meses antes de cerrar el acuerdo.
Myrick y Sánchez decidieron romper con las convenciones del guion tradicional. En vez de escribir un libreto completo, prepararon un esquema de apenas 35 páginas, que serviría de base para que los actores improvisaran. Querían que la película se sintiera real, como si de verdad estuviéramos viendo una grabación perdida.
El casting fue tan peculiar como el resto del proceso. A los aspirantes se les soltaba una frase para que reaccionaran en el acto. Una de las pruebas consistía en decir por qué deberían salir en libertad tras haber cumplido diez años de una condena de veinticinco. Heather Donahue, futura protagonista, se lanzó a un monólogo de diez minutos explicando por qué jamás deberían dejarla salir. Quedó contratada.
El rodaje fue igual de atípico. Los actores pasaban días perdidos en el bosque, sin saber del todo qué iba a pasar ni cuándo. Les dejaban indicaciones diarias en notas ocultas y se les reducía la comida para aumentar la tensión real. Aquella incomodidad se trasladó directamente a la pantalla, dando como resultado una atmósfera opresiva e inquietante que muchos espectadores no pudieron olvidar.
The Blair Witch Project costó apenas 60.000 dólares. Pero se convirtió en un fenómeno. Su estreno en Sundance desató una oleada de rumores: ¿era real? ¿era un documental encubierto? Gracias a una brillante campaña de marketing digital —pionera en su época—, la película llegó a recaudar casi 250 millones de dólares en todo el mundo.
Lo que parecía una película casera acabó marcando un antes y un después. Dio forma al género de metraje encontrado (found footage) y abrió las puertas a otras producciones independientes que demostraron que el miedo no necesita grandes explosiones ni monstruos generados por ordenador. A veces, solo hacen falta una cámara, unos cuantos árboles y una buena leyenda.