Crítica de “El muro negro”

¿Sabes esa sensación de terminar de ver una pelicula con el cuerpo encogido, el ceño fruncido y el alma medio partida? Pues eso me pasó con El muro negro. La empecé pensando que sería un thriller más, de esos que pones de fondo mientras cenas, pero no. Me atrapó como si estuviera en ese maldito edificio, encerrado, sin salida, y con la paranoia subiéndome por la espalda.

La premisa es una maravilla: un edificio queda sellado por un muro negro. Así, sin explicación, sin aviso. Como si la realidad dijera “hasta aquí llegaste, ahora te las arreglas dentro”. Y dentro hay de todo: una pareja rota que no sabe si se quiere o se odia, vecinos con secretos, silencios pesados, y una sensación de encierro que se te mete en los huesos. El arranque es brutal, directo, sin rodeos. Una oscuridad que no solo es literal, sino emocional. La falta de información, la impotencia, la desesperación… está todo ahí desde el primer minuto.

Los protagonistas son lo mejor que tiene esta historia. Matthias Schweighöfer y Ruby O. Fee se cargan el drama en los hombros y lo llevan con dignidad. Él, completamente absorbido por su mundo de pantallas, aislado incluso antes del encierro. Ella, con una mezcla de furia y tristeza que te rompe un poco por dentro. La relación entre ellos es el verdadero campo de batalla. Más que el muro, más que los vecinos raros. Es esa tensión entre querer salir y no saber si quieres hacerlo con el otro.

Y sí, el ambiente está logradísimo. Esa sensación de encierro es constante, asfixiante. Cada plano cerrado, cada pasillo mal iluminado, cada golpe que suena sin que sepamos de dónde viene… todo contribuye a que te sientas atrapado. Hay momentos en los que tuve que pausar para respirar. Literal. Pero luego… luego llega la parte floja.

Porque claro, cuando tienes una premisa tan potente, tienes que saber sostenerla. Y aquí es donde el muro empieza a resquebrajarse. Aparecen nuevos personajes, cada uno con su pequeño drama, pero el guion no sabe qué hacer con ellos. En vez de sumar tensión o complejidad, diluyen la historia. Y el misterio central, ese que te tiene enganchado, se va perdiendo entre subtramas que no van a ninguna parte.

El ritmo se vuelve errático. Hay escenas que se alargan sin necesidad, diálogos que suenan forzados, y un intento de explicar “el muro” que llega tarde y sin fuerza. El final, para qué engañarnos, decepciona. No por lo que pasa, sino por cómo pasa. No remata emocionalmente. No duele como debería. No explota, simplemente se apaga.

Aun así, no puedo decir que no la disfruté. Hay algo en esa atmósfera opresiva, en ese dolor de pareja encerrada, que me tocó. Hay escenas que se me quedaron pegadas, imágenes que todavía me dan vueltas. Pero salí con la sensación de que tenían oro entre manos y no supieron pulirlo.

Si te van las historias que se cuecen a fuego lento, con tensión más emocional que física, y no te importa que el final no esté a la altura del arranque, dale una oportunidad. Pero no esperes respuestas claras ni acción desbordante. Esto va de otro tipo de terror: el que está en el silencio, en la rutina, en el otro.

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