Crítica: “Thérèse Desqueyroux”

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Thérèse Desqueyroux es la última película de Claude Miller fallecido en abril del año pasado. El director francés, vinculado en sus inicios a la Nouvelle Vague, aunque de una generación más joven que Godard y compañía, comenzó su carrera a principios de los 70 dejándonos casi una veintena de títulos.

Miller se basó para el que sería su último proyecto en la célebre novela de  François Mauriac, escrita en los años 20. Georges Franju (Los ojos sin rostro) ya la llevó al cine con Emmanuelle Riva (Hiroshima, mon amour, Amor) como protagonista. 50 años después, Miller consideró que era el momento de hacer una revisión  de la historia de Thérèse Desqueyroux.

¿De qué trata? Tras una brevísima introducción en la que vemos a Thérèse en su etapa adolescente, nos trasladamos a Argelouse, una zona de Aquitania en Francia, cerca de Burdeos, en la que se desarrolla la acción. Años 20. Thérèse es hija de un político regional y posee un territorio en la zona. Se casa con Bernard Desqueyroux, procedente de una vecina familia también de la burguesía terrateniente. Clásica unión marital con fines pragmáticos en la que el amor queda en un segundo plano.

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La cinta pivota casi en exclusiva en torno a la figura ambivalente y enigmática de  Thérèse Desqueyroux, una especie de austera Madame Bovary. Su inocente mirada de niña, que se estremece ante la muerte de un pájaro, se transforma en unos ojos entornados que miran la vida con gravedad y desaliento, con agresividad contenida y una pragmática ración de afectación burguesa. Asi es Thérèse, una mujer poliédrica de recovecos espirituales innombrables, incluso para sí misma. Una mujer aparentemente resolutiva que tropieza una y otra vez con decisiones de conveniencia que la ponen al borde del colapso.

Thérèse Desqueyroux es una cinta de personajes, que invierte casi todo el esfuerzo en dibujar su psicología y la relación entre ellos. Los escenarios y la fotografía son el complemento para este estudio del alma (femenina) en un asfixiante entorno de convencionalismos burgueses.

-“No te vas a morir –No, ¿qué diría todo el mundo?”

Thérèse se casa para ordenar una mente efervescente, apasionada, pero aprisionada por los pinos, que actúan como barrotes de una jaula de conveniencia. Solo el lago actúa como vía de escape. Y su amiga y cuñada Anne. Pero cuando Anne inicia una relación con el libertino Jean Azevedo, el precario orden en la mente de Thérèse vuelve a perderse. E inicia una huida hacia ninguna parte que incluye una hija, un intento de asesinato, un posible adulterio y una ruptura con su amiga Anne.

Thérèse Desqueyroux es, de esta forma, una cinta que explora la feminidad en tiempos difíciles a través de un personaje contradictoria que pretende estar en misa y repicando. Y no se puede. Pero es esto lo que nos atrae de  Thérèse, su autenticidad. No obstante, consideramos superflua la conversación entre  Thérèse y Bernard que cierra la película. No necesitamos aclaraciones.

A nivel interpretativo esta cinta nos trae una buena actuación de Audrey Tautou siempre recordada (y encasillada) en su legendario papel de Amelie. Es más que probable que Tautou esté más que harta de aquella película, a pesar de que la lanzó al estrellato mundial. Por eso aquí interpreta a una mujer completamente diferente, la antítesis de lo Pop. Tautou aprieta los labios, mira con desdén y se mueve de forma mecánica para dibujar la potente y compleja psicología de su personaje. Un trabajo notable.

A Tautou le acompañan Gilles Lellouce (Bernard) y Anaïs Demoustier (Anne), dos intérpretes solventes de importante trayectoria en el cine francés.

Thérèse Desqueyroux es un relato clásico que complacerá a los cinéfilos amantes de la literatura. Miller cumple en su último trabajo y logra cerrar de forma notable su carrera.

Lo Mejor: La complejidad psicológica del personaje principal mantiene en vilo al espectador.

Lo Peor: Su clasicismo puede resultar hiriente para algunos espectadores. Tal vez sobre alguna escena que aclara lo que no precisa aclaración.

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