Llevamos compartiendo horas con vosotros un puñado de años ya. A lo largo de todo este tiempo, en Alucine le hemos dedicado infinidad de horas y centenares de artículos a todo lo relacionado con el universo Star Wars. Mucho tenemos que agradecerle al viejo George Lucas. Sin él nada de esto habría sido posible.
Sin embargo, hoy hemos decidido mojarnos. Pasado el Día Star Wars, llega nuestra confesión sobre la que es nuestra cinta favorita de toda la saga intergaláctica. Y la realidad es que somos incapaces de disfrutar ninguna entrega como Star Wars: Una nueva esperanza. Una cinta de aventuras con un encanto desmedido.
La galaxia atraviesa momentos complicados. El Imperio gobierna cada centímetro con puño de hierro, bajo el mando del más fiel y terrorífico siervo del emperador, Darth Vader. Mientras tanto, los rebeldes se organizan en la clandestinidad para lograr reinstaurar la República en la galaxia y así recuperar los tiempos más prósperos y felices de sus ciudadanos.
Cuando la princesa Leia, líder del movimiento rebelde, es capturada por las Fuerzas imperiales, cualquier sueño de acabar con los tiranos parece esfumarse. Solo queda la pequeña esperanza de que R2D2 y C3PO, los dos androides a los que la princesa ha dejado información crucial para acabar con el enemigo, encuentren a la persona correcta. Es el momento del joven Luke Skywalker que, ayudado por el cazarrecompensas Han solo, el viejo “Ben” Kenobi, el wookie Chewbacca y los dos droides tendrán que rescatar a la princesa Leia y hacer frente al poderoso ejercito imperial.
Con ese argumento, un jovencísimo George Lucas acababa de crear una de las grandes cintas de la historia sin tan siquiera saberlo. Resulta imposible entender la historia del cine sin la saga Star Wars. En la década de los setenta despuntaba un quinteto de directores con un estilo absolutamente rompedor con lo visto hasta el momento. Steven Spielberg, Francis Ford Coppola, Brian de Palma, Martin Scorsese y un tal George Lucas irrumpían en la industria poniendo el mundo a sus pies. Tras America Graffiti, Lucas decidía adentrarse en el mundo de la ciencia ficción con Star Wars: Una nueva esperanza, el que vendría a llamarse, con el tiempo, el Episodio IV. El resultado sería una magnífica obra que rompía con todo lo visto hasta el momento, que marcaba un hito en el terreno de los campos visuales y que despertaba el mayor fenómeno “fan” de la historia del cine.
Pero las bondades de la cinta no se limitan al brillante universo levantado desde cero por la mente de George Lucas. Las cosas no ocurren sin motivo. Los argumentos cinematográficos de la película resultan indiscutibles. Si hay un motivo por el que merece la pena luchar, ese es la libertad. Lucas no es ajeno a ello. Es un cineasta que sabe de lo que habla. Sabe presentar a personajes como se merecen (magnífica primera aparición de Harrison Ford y su “Han Solo”) y sabe homenajear a John Ford con esa secuencia de la muerte de los tíos de Luke al más puro estilo Centauros del desierto. Un buen puñado de carismáticos personajes magníficamente diseñados y “el viaje del héroe” mejor diseñado en cien años de cine dan como resultado la que probablemente sea la película de aventuras más bella y radiante que hemos contemplado jamás.