Crítica de Megalópolis

Megalópolis es el adiós épico y desbordante de Francis Ford Coppola, una obra que desafía convenciones y no deja indiferente. El veterano director, conocido por su capacidad de crear universos cinematográficos complejos, nos presenta su proyecto más ambicioso, una fusión caótica y fascinante entre una tragedia shakesperiana y una distopía futurista. Ambientada en un Nueva York retro-futurista, la estética de la película es uno de sus mayores logros. Los tonos dorados y la atmósfera entre la hora mágica y el Caesars Palace evocan tanto la decadencia como el esplendor de un imperio, haciendo de este filme una crítica feroz y visionaria sobre el estado de la América contemporánea.

Adam Driver brilla como un arquitecto visionario, en una especie de versión moderna de Frank Lloyd Wright, con un sueño de una América dispersa, llena de jardines y lejos del caos de las grandes urbes. La contraposición de su personaje con figuras de poder, como el alcalde interpretado por Giancarlo Esposito y el magnate financiero de John Voight, refleja el enfrentamiento entre las distintas visiones de Estados Unidos. A ello se suma un Shia LaBeouf completamente desquiciado, que encarna una deriva trumpista llena de referencias a la realidad actual, como las Fake News y la naturaleza engañosa de las imágenes. Todo esto se desarrolla en un entorno donde las drogas psicodélicas parecen justificar un caos narrativo que, aunque abrumador, es coherente con la experiencia visual que Coppola quiere ofrecer.

Megalópolis es un delirio audiovisual que puede vivirse de dos maneras: como una bacanal de imágenes y sensaciones donde lo vulgar y lo sublime se encuentran, o como un capricho difícil de digerir. Aubrey Plaza destaca en el reparto, aportando un toque de divinidad en medio de un maremágnum donde las escenas digitales y los monólogos en solitario en mitad de la pantalla se combinan de forma surrealista.

Megalópolis es un filme que, aunque puede abrumar a muchos, se trata de una obra que debe ser vista con el corazón abierto. Coppola nos ofrece una última experiencia radical y hay que agradecérselo yendo al cine.

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