Querido Robert Redford:
Estas palabras no son fáciles de escribir. Desde que vivo rodeado de esto del cine, muchas veces me he preguntado por los motivos que empujan una pasión sin igual. ¿Qué demonios es lo que, desde que tengo uso de razón, me atrae tan profundamente del llamado séptimo arte? Evidentemente, la pasión nunca obedece a razón. Nada puede explicar el poderoso sentimiento que, igual que al aquí firmante, aborda a millones de personas al sentarse en una butaca de cine. No cometeré la osadía de querer razonar la sinrazón, sobre todo teniendo en cuenta que muchas mentes brillantes llevan tiempo intentando hacer sin éxito.
Sea como fuere, tengo la certeza de que buena parte de la culpa de que hoy estemos aquí se debe a gente como tu. Alimentar nuestra pasión cinéfila no está pagado con dinero y, seguramente, una mención diaria sería el mínimo adecuado como muestra de agradecimiento por todo lo que nos has dado. Disculpa mi desfachatez por no hacerlo. En cualquier cao, tu 80 cumpleaños se antoja como la ocasión ideal para empezar a enmendarlo. Eres el tipo de Dos hombres y un destino, Memorias de Africa, Todos los hombres del presidente o El golpe. Así es nada… Y eso sólo por mencionar algunas muestras de tu talento. Actorazo como la copa de un pino, pero director igualmente brillante. Gente Corriente o Quiz Show son buena muestra de ello.
No vamos a descubrir ahora lo grande que eres. Tu fama te precede. Sin embargo, lo que nos une profundamente a ti es el Festival de Sundance. Esa creación tuya para ayudar a la difusión de los trabajos de los alumnos de tu centro de enseñanza y su evolución a plataforma para creadores independientes es la razón principal de que hoy escribamos estas letras. Y es que, querido Robert Redford, te adoramos porque reconocemos en ti a uno de los nuestros: Un apasionado del cine.